Entrevista
¡Eres una madre extraordinaria! ¿No te lo crees? La pediatra Lucía Galán te da muchas razones para convencerte y para que comiences a valorar tu maternidad.
Lucía Galán, pediatra y autora de «Eres una madre maravillosa».
Te sientes culpable por no estar pletórica tras el nacimiento de tu hijo, por no ser capaz de «llegar a todo», por no ser tan perfecta como tu madre... Y llegas a verte como la peor madre del mundo. ¡Error! Lucía Galán te convencerá de que «Eres una madre maravillosa», el título de su último libro y que es fruto de su propia experiencia (como madre y pediatra), y la de otras familias.
Pregunta estrella: ¿Cómo ser una buena madre?
Somos imperfectas por naturaleza por lo que no podemos aspirar a ser madres perfectas ni a tener hijos perfectos, sino empezar a escuchar más nuestras emociones, nuestro instinto… y hacer aquello que nos haga felices a nosotros y a ellos.
Así que hay que borrar la culpa por no llegar a todo, liberarse del autocastigo. Nadie tiene una vida perfecta, ni podemos pretenderla, y así debemos transmitírselo a los niños desde pequeños. Lo entienden perfectamente y se adaptan a todo. Es una buena enseñanza comprobar que la vida no son todo éxitos, que hay que luchar y pelear.
¿Teorizamos en exceso sobre la maternidad?
Sí. Disponemos de un exceso de información, lo que nos aleja de nuestros emociones más instintivas. Y, cuando hablamos de paternidad o maternidad, silenciar nuestros instintos más primarios es un gran error. No creo en los trajes de talla única, ni en los manuales de la madre o el padre perfecto. Cada familia y cada niño tiene sus circunstancias concretas, no puedes dar los mismos consejos a una familia de cuatro hijos que a una mamá soltera o a un padre de mellizos que a una pareja divorciada que tienen una custodia compartida...
Según esas informaciones, si una madre no se enamora de su hijo al nacer no le quiere.
La imagen de maternidad está idealizada y parece que desde el mismo momento en el que das a luz tienes que sentir mariposas en el estómago, y se nos olvida que el parto es uno de los momentos más dolorosos y traumáticos de la vida de una mujer. Nos ha vendido una imagen de cuento de hadas y es natural frustrarse al no sentir «ese enamoramiento». Hay que liberarse de esa culpa y darse tiempo, porque poco a poco se gana confianza con el bebé y ese sentimiento llegará.
¿Y el padre también tiene que sentir ese amor a primera vista?
Lo ideal es que se enamore. El instinto paternal es diferente al maternal. Es un tema difícil y aunque no quiero entrar en polémica, lo cierto es que las mujeres nos sentimos madres desde que nos enteramos de que estamos embarazadas y desde ese instante, todos nuestros pensamientos están en consonancia con el bebé.
Los hombres van más despacio, porque al principio se sienten relegados, y cuando llega ese enamoramiento con el bebé, nosotras ya estamos
agotadas. En una escala, los dos sentimos un diez de amor por nuestros hijos, pero son escalas métricas distintas y a ritmos distintos. Debemos ser conscientes de esta diferencia, porque sino genera mucha frustración en la pareja.
Pero si los hijos se reflejan en sus padres... ¿Qué podemos hacer?
Si ven a una madre excesivamente preocupada por el peso, las calorías, la figura y coge el sobrecito de azúcar del café como si se tratara de veneno... recogerán esos mensajes al vuelo, con más claridad que las palabras. Los gestos, como «mete barriga para la foto» son mensajes subliminales que les mandamos y acaban convirtiéndose en patrones que querrán repetir. Así que, si no te gusta tu reflejo en el espejo cambia de perfil, porque eso es lo que está viendo tu hijo.
¿Qué «secretos» madre-hijo debemos contarles?
Aquellos que les den confianza, que demuestren nuestro amor incondicional por ellos. Continuamente les digo a mis hijos: «confío en ti», «sé que puedes hacerlo», «mamá siempre va a estar aquí » , « mamá no puede evitar que te caigas o que suspendas un examen o no ganes un partido pero en lo que si va a invertir mamá es que te levantes de cada caída», «puedes contar conmigo siempre, para lo bueno y lo malo».
Todas tus respuestas salen de las emociones. ¿Cómo llega una pediatra a este mundo?
En mi caso surgió de forma instintiva, por mi propia necesidad de compartir las emociones que nadie compartió conmigo cuando estaba embarazada. Había estudiado mucho de pediatría y de medicina pero nadie me había hablado acerca de lo que cuento en mi último libro, el que me hubiera gustado leer antes de tener a mi primer hijo.
Y cuando te convertiste en madre, ¿cambiaste también como pediatra?
Mucho. Descubrí un mundo paralelo a la medicina, el de las emociones. Antes de ser madre llevaba tres años trabajando en un hospital y ni por asomo me había percatado de lo que supone el posparto, por ejemplo. En la facultad no le dedican ni diez minutos y nadie te habla de las cicatri-
ces emocionales que se quedan abiertas tras dar a luz. Así que la primera ve que me percaté de ello me sentí doblemente culpable: como profesional de la salud, por no haber sido capaz de acompañar a todas las familias que habían pasado por mis manos; y culpable por sentirme mal, por estar apática y con esa tristeza que te invade. No tenía derecho a quejarme, tenía un niño sano y, sin embrago, lo hacía. Ese sentimiento desapareció cuando lo compartes y descubres que la inmensa mayoría de las mujeres pasan por lo mismo. Ves que no estás sola. Además, con el tiempo te van sucediendo cosas más importantes y aprendes a relativizarlas.
En el ejercicio de tu profesión, ¿cuándo sientes que se disparan más tus emociones?
En el momento del parto. Es precioso formar parte del instante en que unos padres conocen a su bebé, acompañar a la mamá, acercar al papá, ponerle la mano encima de la cabecita de su hijo, servir de anclaje con su bebé... para que no se paralicen por el miedo. Ese momento es mágico y es maravilloso formar parte de él.
Y en consulta, ¿crees que es útil el programa del niño sano?
Es necesario, aunque en ocasiones lo que menos tiempo nos lleva es la exploración del niño, ya que es importante atender los sentimientos de los padres. La salud física del niño es tan importante como la salud emocional de quien lo están cuidando. Si papá y mamá no están bien, ese niño no va a estar bien. Por eso, los pediatras tenemos la responsabilidad de ir más allá de la exploración del niño y ver en qué entorno se está criando, si mamá y papá está superando los altibajos que se suceden en la crianza con optimismo y entereza.
Todo estos pensamientos los reflejas en tus libros. Pero hablas también de historias ajenas...
Sí. En Eres una madre maravillosa aparecen tres experiencias muy potentes, muy inspiradoras y de familias y niños muy valientes. Quiero que cuando la gente con vidas «sin grandes problemas» llegue a su casa, piense: «no tengo derecho a quejarme delante de los demás. Estoy bien de salud, gano dinero suficiente para seguir adelante, mis hijos son medianamente felices, no nos falta de nada...». Por supuesto sí se puede uno desahogar en la intimidad, de manera puntual, pero no fuera donde existen problemas tan grandes.
Desde la experiencia personal y profesional, ¿qué mensaje darías a las mujeres que ‘sufren’ el juicio de sus madres, amigas, tías...?
A la abuela del bebé le diría que ahora la maternidad es de su hija y debe respetarla. A mi consulta llegan muchas abuelas y suelen ser guerreras porque me ven joven (nací en 1978) y les da desconfianza. En nuestra profesión la juventud es un punto en contra. Ellas tienen mucha experiencia vital pero nosotros los pediatras tenemos formación académica para dar los consejos que damos. Las abuelas tienen que ser abuelas: dar apoyo, amor, comprensión y estar presentes.
Y a la mamá, le aconsejaría que siguiera su instinto y si tiene preguntas médicas, que pregunte a su pediatra porque es quien mejor le puede dar las alternativas, la luz que necesita para elegir el camino… Después, que tome la decisión con la información fiable y sin la presión de qué han hecho sus hermanas, amigas… Tampoco el médico debe presionar. Su papel es informar y acompañar. Serán los padres quienes decidan realmente qué desean.
¿Lo peor de la maternidad?
¡Qué difícil! Nelson Mandela decía que «valiente no es el que no tiene miedo sino el que lo conquista». Y desde que eres madre, el miedo es un habitante más de la casa. Conquistar ese miedo y conseguir que no te limite en la manera de educar es un gran reto. ¡Es lo más oscuro de la maternidad! El resto, lo compensa todo.