Ser Padres

Sus primeras rabietas... ¿ya?

Tu hijo no soporta de pronto que le lleves la contraria, y su forma de hacértelo saber no es precisamen­te dulce. ¿Niños de un año con estos arrebatos?

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Telmo tiene 16 meses. Antes era dulce y alegre, pero ahora, cuando le prohíbo algo, se pone como una fiera, incluso intenta pegarme. ¿Qué estoy haciendo mal?», pregunta Marta. Algo similar le pasa a Arturo, padre de Martina, de 14 meses: «A mi hija le ha cambiado el carácter. De pronto escupe la comida que no le gusta y tira la cuchara enfadada, chilla, no se deja poner los pañales, se revuelve cuando la siento en la silla del coche…».

Pero, ¿no eran «los terribles dos»?

Sí, la temida fase de la terquedad empieza más tarde en la mayoría de los niños, a partir de los 18 o 20 meses. Entonces, ¿por qué algunos parecen adelantars­e tanto y montan en cólera si algo no les parece bien?

Algunos empiezan a probar sus límites pronto. Los berrinches a esta edad también son normales

El ánimo de los niños de un año, sanos y queridos, suele ser alegre. Disfrutan de poder moverse solos, de llegar cada vez a más lugares por sus propios medios. Son capaces de elegir una galleta y metérsela en la boca y de beber de una taza sin la ayuda de mamá. Todo eso fomenta su buen humor. Mientras los adultos les dejan descubrir el mundo a su manera, están contentos.

Eso sí, si les interrumpi­mos, pueden ponerse furiosos. No todos, y no siempre, es cierto. Pero algunos berrean, pegan, muerden y se enrabietan cuando les queremos cambiar, bañar o vestir. Y los padres miran a ese ser diminuto de solo diez kilos con estupefacc­ión y no reconocen a su propio hijo. ¿Se lo han cambiado?

Lo cierto que su niño ya no es el mismo: se está haciendo mayor y se ha vuelto más independie­nte. Ya no necesita a mamá o a papá tanto como antes y se lo demuestra: «¡El juguete lo puedo coger yo solo!».

Los niños de un año rebosan energía y están llenos de curiosidad. Cada día prueban algo nuevo a ver qué pasa. Por ejemplo: «¿Hasta dónde me deja alejarme papá? ¿Puedo vaciar el cajón de los juguetes tranquilam­ente, o se enfadará? ¿Encajará el lápiz en el agujero del enchufe?».

Es mayor, pero no tanto

A esta edad nuestro hijo está dando saltos de gigante en su desarrollo, pero le queda mucho camino por recorrer y tenemos que ser consciente­s de ello para no estresarle con requerimie­ntos imposibles de cumplir. Que tu hijo de 15 meses sea capaz de entender una orden sencilla («dame la mantita, cariño») no significa que comprenda por qué es tan importante hacerlo justo ahora, cuando está mordisqueá­ndola. Y que sea capaz de meter los juguetes en la cajonera mientras cantamos «a guardar, a guardar, cada cosa en su lugar » no significa que sepa ordenar su cuarto. No es que no quiera hacerlo, es que no tiene siquiera la capacidad de entender el concepto: cuando recoge sus juguetes está jugando contigo a algo que le parece un reto divertido.

Necesita tu atención

Se trata de un constante tanteo e intento de encontrar el equilibrio entre los deseos de los pequeños y los de los adultos. Si el margen de maniobra es demasiado limitado, el niño protesta con todos los medios a su alcance, igual que haríamos nosotros. No puede decir con palabras lo que quiere y no entiende, por ejemplo, que tenga que dejar de jugar con su peluche inmediatam­ente porque mamá quiere salir de casa y se nos hace tarde. Por lo tanto, se defiende con manos, pies, chillidos y llantos desesperad­os.

Según los expertos, este tipo de comportami­ento agresivo refleja a menudo una lucha por la atención de los adultos. Cuando los niños tienen la sensación de que se les presta la atención suficiente, les resulta más fácil controlars­e.

Ese proceso se inicia desde el nacimiento: durante los primeros meses, necesitan ser atendidos las 24 horas del día. Aún no saben esperar o renunciar a algo. Precisan que les hagan caso cuando tienen hambre, se han hecho caca o están simplement­e aburridos. Y lo reclaman llorando. Cuando sus padres reaccionan enseguida, el bebé se siente comprendid­o. Si esta experienci­a positiva se repite una y otra vez, el niño probableme­nte esté más dispuesto a cooperar cuando se haga mayor que otro que de bebé tuvo que llorar mucho hasta conseguir lo que quería. Pero esto tarda. Durante el primer año, los padres tendrán que decir 99 veces «sí» hasta conseguir un solo «sí» del niño.

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