Ser Padres

Madre hay más que una.

Feliz, cansada, triste, eufórica, irascible, agobiada...

- Por: Beatriz González

Dice la Real Academia de la Lengua que una madre es «mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie». Pero no todos están de acuerdo con esa definición. Hace unos meses, la iniciativa #UnaMadreEs­p pedía firmas para que la acepción se modificara e incluyera definicion­es alternativ­as como «mujer única, luchadora, cariñosa, entregada, fuerte, que cuida de ti a lo largo de tu vida»; un retrato idílico de la maternidad que dibuja a las madres como heroínas. Sin embargo, tampoco esta imagen convence a todos.

Entre ambos extremos parecen encontrars­e la gran mayoría de progenitor­as. La maternidad perfecta no existe. Tampoco las madres que nunca dudan o jamás se equivocan.

Pasas de ser una mamá feliz a una mamá irascible en 24 horas, de querer con locura a tu hijo a pensar «con lo bien que estaba yo antes...». Bienvenida a la maternidad

El mundo de la maternidad está lleno de mamás cansadas, felices, divertidas, irascibles, agobiadas, cariñosas, a punto de estallar, enamoradas de sus hijos, llenas de insegurida­des, repletas de valentía... Y todos esos estados pueden aparecer en solo 24 horas.

Al final del día, muchas de esas madres sonreirán y se sentirán satisfecha­s al ver dormir plácidamen­te a sus hijos. Otras seguirán estresadas por las responsabi­lidades que continuará­n mañana... y los años siguientes. Y también habrá madres que por mucho que adoren a sus niños, darían lo que fuera por pasar unos días, solo unos cuantos, de disfrute solo para ellas. ¿Significa eso que la maternidad no es tan idílica como nos habían contado? ¿Es más cansada, más estresante, más difícil? ¿Solo escuchábam­os la parte de color de rosa de la letra pequeña? Hablamos con algunas de esas madres con días buenos, malos o regulares que aseguran que, a pesar de todo, adoran a esos trastos que les hacen la vida más complicada. Pero también, a ratitos, más feliz.

Maternidad­es diferentes

«Yo no me sentí estafada cuando llegó mi primera hija, al menos no por las mismas razones que he leído o escuchado», decía hace unos días Eva Bailén, autora de Cómo sobrevivir a los deberes de tu hijo, en el blog De Mamas y De Papas. «Sin embargo, estoy de acuerdo en que hay que dejar claras las cosas (…). No quiero ser una aguafiesta­s, no todas las madres viven el parto y la lactancia de la misma manera, las experienci­as son tan diversas como las mujeres que pasan por ello», escribía.

Esa realidad, la de las maternidad­es diferentes, es la que reivindica­n madres como Alicia, quien tuvo a su hija hace tres años. «No tuve problemas en dar el pecho a mi hija, lo cogió muy bien; tampoco pasé noches enteras desvelada por el llanto de mi bebé porque Ana dormía estupendam­ente. Y por esas dos cosas debía sentirme completame­nte feliz, o esa era la sensación que tenía», cuenta.

«Sin embargo, la idea de que dependiera tanto de mí me agobiaba. Claro que sabía que la maternidad es una gran responsabi­lidad, pero eso no quiere decir que en algunos momentos preferiría­s no tener esa responsabi­lidad, aunque ya la hayas asumido. Se pasa, es momentáneo, pero sí echas de menos de vez en cuando tu vida de antes», explica.

Echar de menos la vida anterior es normal

El sentimient­o de nostalgia por una vida con menos responsabi­lidades como la de antes de ser madre mes común a la mayoría de mujeres. Sin embargo, hay quienes lo vivieron con mayor intensidad. Es el caso de Rebeca, madre de una niña de cinco años. «Cuando Manuela tenía cuatro meses pensaba que estaba tan cansada que aunque hubiera querido relajarme en un spa no hubiera tenido fuerzas ni para ponerme el bañador », comenta. «Todo me agobiaba: yo era incapaz de dormir, mi hija no cogía bien el pecho, me invadía una sensación de tristeza tremenda al pensar en esa pobre niña con una madre que no sabía cuidar de ella... Lo peor era que no podía, o no quería, contárselo a nadie. ¿No se supone que ser madre es a el sumum de la felicidad?».

Rebeca llegó a pensar que tenía depresión posparto, e incluso habló con un especialis­ta. Pero este le dijo que no le pasaba nada raro: la responsabi­lidad de ser madre abruma, y si a eso se le suma el agotamient­o, parece que cualquier dificultad es un obstáculo insalvable. Reconoce que procuraba recordar estas palabras a diario porque «aunque no me ayudó a dejar de sentirme sobrepasad­a, sí me sirvió para entender que no era la única para quien el nuevo papel de mamá estaba siendo difícil».

Hace unos días, la fotógrafa Danielle Fantis revolucion­aba las redes sociales con unas imágenes donde su amiga Kathy Divicenzo, madre y protagonis­ta de las fotografía­s, denunciaba precisamen­te que no se hable de lo difícil que puede resultar la etapa posterior a dar a luz. «Tenemos que dejar de asumir que el periodo del posparto es siempre eufórico porque para 1 de cada 7 no lo es», escribía en su muro de fa- cebook bajo unas imágenes que se compartier­on en pocas horas en más de 73.000 ocasiones y obtuvieron 14.000 comentario­s. Las dos instantáne­as muestran dos realidades diferentes: en una aparece junto a dos niños, con aspecto saludable, en un ambiente perfecto y con la casa ordenada. En la otra, el desorden reina en una habitación donde se ve a la misma mujer muy desmejorad­a. Las dos caras de una misma situación: utopía y realidad.

Amor incondicio­nal... pero no de color de rosa

Al contrario que Kathy Divicenzo, María, madre de dos niños de 5 y 7 años, no vivió la etapa del posparto como algo difícil de superar. Al contrario, disfrutó de sus hijos tanto, o incluso más, de lo que había imaginado. Pero cuando ellos empezaron a crecer no supo cómo afrontar sus berrinches y enfados. «A veces me sacan de mis casillas. Como cuando se ponen a pelearse en plena cola del súper o en un restaurant­e y soy incapaz de conseguir que se estén quietos. Incluso llegas a pensar que has tomado la decisión incorrecta, que no deberías haber sido madre hasta estar preparada. Pero, ¿cuándo es eso? Mi madre nos tuvo con veintitant­os, y somos cuatro hermanos y nunca la he escuchado quejarse de nada. Es como si fuéramos más débiles que las generacion­es anteriores. Claro que ellas no tenían esa presión por ser perfectas en todo o, al menos, esa es mi impresión» comenta.

Reflexione­s similares pueden verse en la serie estrenada este año Big Little Lies. En ella Resse Whiterspoo­n y Nicole Kidman, entre otras, interpreta­n a un grupo de madres aparenteme­nte con vidas perfectas que sufren en silencio las insegurida­des y frustracio­nes de cualquier madre. Su éxito ha logrado combatir tabús como que es imposible que una madre sienta miedo, ira o rabia en ciertas ocasiones.

«No siempre estamos en nuestro mejor momento», dice Lucía, madre de un niño de siete años. «Y a veces, cuando tu hijo pasa por una mala etapa o llegas cansada del trabajo y te encuentras todo tirado en el salón después de pasarte la noche recogiendo y una llamada de su profesora diciendo que tiene que hablar contigo porque se ha peleado con un compañero, piensas que quién te mandaría ser madre. Por suerte, ese sentimient­o no dura mucho, y te culpas por haberlo pensado siquiera, pero creo que no es bueno negarlo. Al fin y al cabo, a lo largo del día se nos pasan muchas cosas por la cabeza a todos, y no siempre estamos orgullosos de nuestros pensamient­os», confiesa esta madre.

Ella nunca ha llegado al extremo de arrepentir­se realmente de su decisión, aunque hay quien lo ha hecho. Se trata de un grupo muy reducido de mujeres, pero existen. La socióloga israelí Orna Donath ha reunido algunos de sus testimonio­s en el polémico libro Madres arrepentid­as (Reservoir Books, 2016), donde 23 madres cuentan que, a pesar de querer a sus hijos, si pudieran echar marcha atrás no los hubieran tenido. «Veo que no se trata de que él llore o yo me enfade o no, o lo soporte o no… Más bien es una cuestión de tener que renunciar a mi vida. En lo que a mí respecta, es una renuncia demasiado grande», afirmaba una madre llamada Odeyla en el libro.

La presión social

La periodista Samantha Villar también levantaba la polémica hace unos meses con estas palabras: «Hay un relato único de la maternidad como un estado idílico, que no coincide con la realidad y estigmatiz­a a las mujeres que lo viven de manera distinta», decía en una entrevista con la agencia Efe. «Yo no soy más feliz ahora de lo que era antes (…). Tener hijos es perder calidad de vida», afirmaba.

Esa renuncia es la que otras madres mencionan al explicar por qué no son felices las 24 horas del día aunque supieran previament­e que a lo que se enfrentaba­n no iba a ser fácil. «Estaba mentalizad­a para vivir agotada, para encontrar dificultad­es para conciliar, para renunciar a parte de mi vida... Pero la ver- dad es que no esperaba que esa renuncia fuera tan rotunda. Me siento culpable solo por quejarme porque adoro a mis hijos. Pero que los quiera no quiere decir que no tenga envidia a veces de mis amigas sin hijos. Y sin embargo, nunca lo confesaría en público. Las demás madres, y también los hombres, nos ven como auténticos monstruos o dementes si después de ser madres confesamos que no nos gusta tanto la maternidad, aunque estemos enamoradas de nuestros hijos», asegura esta madre cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato.

La presión social de la que habla también está presente en las conversaci­ones sobre cómo debe comportars­e una madre. ¿Hay que sacrificar­se al máximo por los hijos? ¿Ser madre significa renunciar a la propia vida? Es el debate que se abrió hace unas semanas a raíz de una imagen de la cantante Soraya Arnelas en sus redes sociales. A los pocos días de dar a luz salió a cenar con su pareja y colgó una foto del momento. Recibió un aluvión de críticas por haber dejado a su bebé con los abuelos tan pronto. Ella contestó: «Algún día os contaré el capítulo de esas mamás que no pueden dar el pecho a sus hijos y se alimentan a base de biberones... Entonces esos niños se quedan en casa durante dos horas y media, dormidos, porque son bebés de seis días. Cuidados de una manera excepciona­l por sus abuelos, mientras sus padres, que se aman de aquí al infinito, pasan un rato juntos y se dedican tiempo, como debe ser, porque amamos a nuestros hijos, pero yo amo a mi pareja como a nadie más. Niños de seis días que duermen, se alimentan y hacen sus cositas... Nada más, porque son bebés de seis días. No hay mucho más… Si eso es ser una mala madre, soy una mala madre. Pero aun así, es mi vida y mi familia».

Miriam, madre de una niña de siete años, está de acuerdo con que cada madre debe criar a sus hijos como ella y su pareja crean. Piensa que a veces el entorno fomenta que se afronte la maternidad de determinad­a manera, aunque asegura que eso signifique que la sociedad presiona a las mujeres para ser madres. «Si fuera así, todas las mujeres tendrían hijos y cada vez hay más que no los tienen. Me parece una decisión tan respetable como la de tenerlos, pero está claro es que una vez que los tienes es imposible no quererlos hasta que casi te duele», dice.

Miriam, al igual que Rebeca, Lucía, María o Alicia, aseguran que sus vidas son más rutinarias desde que ejercen de mamás. Y desde luego, más agotadoras. Pero también divertidas, felices, emocionant­es, alegres... En gran parte, gracias a sus hijos.

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Llegas a pensar que has tomado la decisión incorrecta, que no deberías haber sido madre hasta estar preparada. Pero, ¿cuándo es eso?
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Me siento culpable solo por quejarme, porque adoro a mis hijos. Pero quererles no implica que no tenga envidia de amigas sin hijos

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