Diferencias entre pesadilla y terror nocturno
La pesadilla coincide con la fase REM del sueño, la de movimientos oculares rápidos, y se suele dar en las últimas horas del descanso. Cuando nos despertamos en ese periodo solemos recordar lo que estábamos soñando. Pero que suceda en la última fase del sueño no es la única condición para recordarlo: dependerá, sobre todo, del contenido terrorífico de la pesadilla.
Los psicólogos subrayan la importancia de escuchar el relato del niño para poder entenderlo. Y es que, aunque las brujas no sean reales, sus sensaciones sí lo son. A esta edad, la comprensión entre lo que existe y lo que no es bastante limitada.
En ningún caso deberíamos minusvalorar sus miedos como si fuesen una exageración infantil ni reñirle porque nos haya despertado. Lo que el niño necesita en ese momento es tener la seguridad de que nada malo va a ocurrirle. Por eso, hay que acudir enseguida a su cama para consolarle con caricias tranquilizadoras. A veces, el simple contacto con nuestro cuerpo le calma. Hablar sobre lo que acaba de vivir en su sueño (en el momento de despertarse o a la mañana siguiente) también le ayuda a darse cuenta de que no existe un peligro real. Los expertos recomiendan no insistir a los pequeños para que nos detallen las partes más horribles del sueño, sino escuchar lo que nos quieren transmitir.
Los terrores nocturnos son otra cosa. Para empezar, no tienen relación con el contenido del sueño. A diferencia de las pesadillas, suelen aparecer en mitad de la noche, cuando el pequeño está profundamente dormido. Son episodios bastante parecidos al sonambulismo, con un componente hereditario, que se presentan en el período más lento del sueño. El niño que los sufre, a pesar de las muestras de sobresalto y angustia, no está despierto (ni siquiera si tiene los ojos abiertos) y seguramente no va a recordar nada al día siguiente.
A pesar de su espectacularidad, es frecuente a esta edad y acaba pasando solo. Por eso se aconseja a los padres no intervenir ni tratar de despertar a su hijo, ya que solo conseguirán ponerle nervioso y alterar su sueño. Sí hay que cuidar que no se lastime (sigue dormido y no controla sus movimientos), apaciguarlo y, en caso de que se haya levantado, ayudarle a volver a la cama y esperar. Normalmente no suele tardar más de quince minutos en calmarse.