Así le ayudas
Deja que describa lo que ha soñado y no le digas automáticamente: «No es nada». Para tu hijo sí es, y mucho. Y como sus emociones también hacen acto de presencia en el mal sueño, conviene escucharle para saber qué ha soñado (si es capaz de describirlo) y para que pueda desahogarse.
Aplica el sentido del humor. No se trata de minusvalorar sus sentimientos, sino de convertir al monstruo en alguien menos aterrador. Seguro que tiene una narizota tan grande que se tropieza con ella o que cuando se entere su mamá monstrua de que asusta a los niños, se queda sin postre.
No comer justo antes de irse a la cama. La digestión puede acelerar el metabolismo causando interferencias en el sueño.
Poner una lucecita nocturna en la habitación o cogerle de la mano. Aunque a esta edad resulta difícil explicarle qué existe y qué no, de este modo se sentirá seguro y podremos demostrarle que no toda la habitación está a oscuras y que no se esconde ningún monstruo en ella.
Después de la pesadilla (o antes, si teme irse a la cama) quedarnos un poco junto a él cantándole o haciéndole compañía un rato. Así desdramatizará la situación: si mamá y papá están tranquilos, será por algo.
Asegurarnos de que duerme lo suficiente: de 11 a 14 horas diarias, incluyendo siestas. Al parecer, los niños que duermen poco tienen fases REM más prolongadas. Por lo tanto, son más proclives a experimentar sueños tormentosos.
Limitar su exposición a las pantallas. Los niños de preescolar que utilizan a diario dispositivos con pantallas táctiles como móviles o tablets duermen menos horas y les cuesta más conciliar el sueño.
Regalarle algún objeto «mágico»: un peluche, una mantita o una almohada. Si se va a dormir abrazado al osito Pepe, se adormecerá tranquilo y seguro.