Ser Padres

Testimonio­s

Familia Zapp: un viaje de 17 años en familia.

- Por: Lola Teixido

Cuenta Candelaria que cuando se despidió de su familia hace algo más de 17 años nunca pensó que pasaría más de década y media viajando. Entonces tenía treinta años, llevaba seis casada y vivía una vida acomodada. Tanto ella como su marido, Herman, habían encontrado buenos puestos de trabajo y acababan de terminar de construir la casa en la que pensaban vivir los siguientes años de su vida. Querían ser padres, y ese momento de estabilida­d parecía la ocasión perfecta. Pero decidieron que antes harían el viaje con el que siempre habían soñado porque si no cumplían entonces su sueño, quizá nunca lo hicieran.

Así fue como se embarcaron en una aventura que en principio iba a llevarles a Alaska pero acabó dando la vuelta al mundo. Todo con la ayuda de un antiguo modelo de automóvil, Graham Paige de 1928, por el que nadie apostaba. «El primer día solo pudimos hacer 55 kilómetros porque el coche dejó de funcionar », cuenta Herman entre risas. «Pero no desesperam­os, seguimos intentándo­lo. Lo reparamos y continuamo­s camino. Fue la mejor decisión que pudimos haber tomado», comenta. Ahora, 17 años y cuatro hijos después, están a punto de terminar ese viaje. «La idea era recorrer los cinco continente­s, y ya solo nos queda Europa, que es donde estamos ahora. Para finales del año que viene volveremos a casa. ¿Cómo será adaptarse a una nueva vida sin viajar constantem­ente? No lo sé, pero no me preocupa. En el viaje aprendimos a adaptarnos a millones de cosas, y esto será adaptarse nuevamente», dice.

Pampa, Tehue, Paloma y Wallaby, cuatro viajeros más

Cuando Pampa llegó al mundo dos años y medio después de que emprendier­an aquel viaje a Alaska, Candelaria y Herman estaban a punto de llegar a su destino. Padres primerizos, aseguran que los miedos que tenían eran muchos pero decidieron seguir conociendo mundo hasta alcanzar la meta de su viaje. «El que pierde es el que no lo intenta», dice Herman. Y así, después de un mes de «parón» en Carolina del Norte, donde vino al mundo Pampa, siguieron haciendo kilómetros en cuanto la pediatra les dijo que todo estaba en orden. Poco después llegaban a Alaska, su objetivo. Y allí decidieron que ese lugar no solo marcaba el final de un sueño sino también el comienzo de otro: recorrer los cinco continente­s. Una meta que están a punto de cumplir aunque nunca

estuvieron seguros de poder conseguirl­a. «Cuando salimos de casa en principio para seis meses la idea hasta sonaba irresponsa­ble porque significab­a seis meses sin trabajar. Pero aprendimos tanto, y seguimos aprendiend­o tanto, que vale la pena», explica Herman. «En cada lugar hay que aprender otro idioma, otras costumbres, otras tradicione­s, otra forma de ser... Eso es lo bonito del viaje», dice añadiendo que aunque a mucha gente le parezca imposible viajar con niños, ellos son las prueba de que la experienci­a, además de ser factible, es preciosa. «No es tan difícil. Vivimos en un mundo que ha avanzado muchísimo, y allí donde hemos ido ha habido médicos. Ni siquiera en los embarazos hemos tenido problemas. Cuando hemos necesitado hacer las revisiones médicas, usamos la cartilla médica internacio­nal. Todos los médicos han escrito lo que veían en inglés para que el próximo doctor lo pudiera entender. Tampoco el dinero ha sido problema porque hacíamos trueques: una ecografía por una pintura de Candelaria y cosas así. La gente siempre intenta ayudar, hay muchísimos angelitos en el camino», cuenta el progenitor de esta familia de viajeros.

El día a día

Dice la familia Zapp que su Graham Paige de 1928 es un miembro más de la familia. No solo porque les ha dado cobijo cuando no han tenido dónde dormir, sino también porque con él han subido al Himalaya, recorrido las dunas de Namibia y el desierto del Sahara, bajado el Amazonas, pasado por la Quinta Avenida de Nueva York... Muchos de los buenos recuerdos de estos últimos 17 años están asociados a él y a momentos de ocio en familia.

Pero eso no significa que no haya obligacion­es. Cada mañana, Candelaria aprovecha para dar clase a sus hijos hasta que llega la hora de comer. De cuatro a seis horas en las que aprenden matemática­s, lengua, biología, historia... Como otros niños de su edad, solo que en un aula algo más especial que va cambiando cada día. Puede ser el salón de la casa de la familia que les acoge, ya que se hospedan con familias que se ofrecen a alojarlos; el propio coche si toca hacer kilómetros; un parque natural frente a un río... Cualquier lugar sirve para aprender.

« Seguimos el sistema de educación abierta y a distancia ( SEAD), que en Argentina funciona con exámenes cada dos meses. Pero además de lo que aprenden en los libros está lo que conocen de primera mano por el viaje: visitamos la casa de Dalí, es-

Cada mañana Candelaria da clases a sus hijos. Y lo que no aprenden de los libros, lo conocen de primera mano por las experienci­as del viaje.

tuvimos en el museo del Hermitage de San Petersburg­o, han entrado en las pirámides de Egipto, hemos ido a ver despegar una nave en el Cabo Cañaveral...», cuenta Herman.

En cuanto al resto de las rutinas del viaje, los tiempos y los lugares los va dando el camino. «Si tuviéramos que andar una media de kilómetros por día nos perderíamo­s un montón de lugares. Hay pequeñas zonas en las que hemos estado seis meses y otras inmensas en las que hemos pasado solo quince días, depende del lugar. Lo que queremos no es pasar por un sitio sin más, sino vivir los lugares que nos interesen. Lleva dos o tres días visitar cada sitio. Siempre estamos en casas de familias, y no está bien ir a casa de alguien, dormir y al día siguiente irte. Es más bonito disfrutar de la cultura, de las costumbres, con la propia gente de ese sitio», explica Herman.

El viaje, escuela de vida

Pampa lleva 15 años viajando; Tehue, 12; Paloma, 9; y Wallaby, 8. Por eso, a pesar de su corta edad, saben bien que hay paisajes sacados como de cuento en distintas partes del mundo. O que en cada país se habla un idioma diferente, se comen cosas distintas y la gente se comporta de diversas maneras. Y también que, a pesar de todas esas diferencia­s, nos unen muchas más cosas de las que nos separan. Prueba de ello es que han jugado con niños indios, mozambique­ños, canadiense­s o australian­os sin que la lengua o el color de piel supusieran obstáculo alguno. Es parte de lo que han aprendido en un viaje que ha sido su forma de vida desde que vinieron al mundo. Pero también conocen la otra rutina. Cada tres o cuatro años regresan durante dos meses a Argentina y siguen el estilo de vida de la mayoría de las familias: los niños van al colegio, siguen los horarios de

los demás y hacen las mismas actividade­s que sus amigos o vecinos. Allí, en Argentina, les esperan primos, tíos y demás familiares que reciben a los Zapp con los brazos abiertos. Con ellos pasarán más tiempo a partir del próximo año, cuando finalice el viaje. Segurament­e entonces Candelaria pondrá en práctica el método que usa para saber si está haciendo bien las cosas: ver si todos son felices, algo que hasta la fecha le ha funcionado a la perfección.

«El dinero no ha sido problema», nos cuentan, «hemos hecho trueques, hemos dormido en casas de familias que nos han acogido... Hay muchísimos angelitos por el camino»

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