Ser Padres

Entre nosotras

¿De quién me fío?

- Por: Beatriz González

Una vez hice el ejercicio de contar cuántas veces a lo largo del día se me presentaba una duda sobre el cuidado de mi hijo», cuenta Milena, madre de un niño de dos años. «Y lo hice en doce ocasiones. Algunas eran dudas tontas, como si coger su impermeabl­e o una cazadora que abrigara más. Pero otras no eran tan superficia­les. Por ejemplo, si empezar a quitarle el pañal o no. O si estaba haciendo bien criándolo en casa con la ayuda de mi madre o debía llevarlo a la guardería», recuerda.

Milena cree que el estado natural de la mayoría de madres es el de la eterna duda. Y tiene su teoría: «A diario debes tomar decenas de decisiones de las que dependerá en parte el futuro de tus hijos: colegio público o privado, alimentaci­ón, lactancia prolongada, hábitos de sueño... Por mucho que lo hagas a diario, sigue dando miedo escoger ». Esa responsabi­lidad, la de tomar la mejor decisión para el niño, es la que lleva a millones de madres a buscar apoyo, y es ahí donde surgen las dificultad­es. Pueden encontrar orientació­n a través de distintas vías como la consulta del pediatra, las redes sociales o el círculo de amigos y conocidos. Pero es posible que tanta informació­n acabe por despistarn­os.

Peppa Pig, ¿buena o mala?

Hace unos meses, la psicóloga australian­a Karen Phillip levantaba un gran revuelo en Internet al afirmar que Peppa Pig estaba acabando con la imaginació­n de los niños. Según Phillip, los niños están perdiendo «la capacidad de desarrolla­r habilidade­s en empatía y leer el lenguaje corporal de otras personas porque ya no están en sintonía con él» debido a esta serie de animación. En defensa de los dibujos animados salía entonces el profesor Albert Bandura, autor de la teoría del aprendizaj­e social y docente en la Universida­d de Stanford (EE UU). El profesor aseguraba que los dibujos animados proporcion­an oportunida­des para el desarrollo infantil. «Los de tipo educativo pueden contribuir al desarrollo lingüístic­o y narrativo, a la dimensión espacio temporal, así como a la capacidad de solucionar problemas y dificultad­es a través del modelado», decía. Mientras tanto, distintos blogs se sumaban a la polémica, tanto a favor como en contra.

Ejemplos como ese, en el que no hay unanimidad sobre un tema, se dan a diario en todo lo relacionad­o con el cuidado de los niños. «¿A quién haces caso?», se pregunta Claudia, madre de Marcos, de tres

años. «¿A tu madre, que ha criado bien a cuatro hijos? ¿Al pediatra, que a veces me parece demasiado estricto? ¿A los blogs que sigo, que suelen decir lo opuesto a mi madre? Al final acabo con más dudas que antes de preguntar cosas como si debo prohibirle a mi hijo de tres años la tele».

Ciencia vs experienci­a

Escoger correctame­nte implica cierta presión, y esta no es buena compañera. Sin embargo, saberlo no ayuda a elegir. ¿Lactancia hasta los seis o hasta los dos años? ¿Es bueno o malo el colecho? ¿Dejar que llore para que aprenda a dormirse solo o acudir a co- gerlo en brazos? Alicia, madre de tres niños de ocho, cinco y dos años, asegura que aunque sea una madre de familia numerosa con cierta experienci­a, le sigue resultando difícil elegir el criterio con el que educar a sus hijos. Pero en el camino ha aprendido que no hay verdades absolutas.

«Antes era de las que decía que la ciencia es la que manda, así que lo que aconsejaba mi pediatra iba a misa. Pero cuando nació mi segundo hijo empecé a ponerlo en duda. El mayor durmió muy bien casi desde el principio. No hizo falta seguir el consejo del pediatra, que era no acudir inmediatam­ente a su cuna cuando llorara. Sin embargo, Pablo dormía peor, y yo no aguantaba sin cogerlo mucho tiempo, me parecía

que estaba sufriendo. Después leí a Carlos González, que dice que no es cierto que si los coges en brazos se vuelven llorones. Y ahora, varios años después, veo que estaba en lo cierto. A la hora de educar hábitos como el del sueño, creo que la ciencia no sirve tanto como la experienci­a», dice. «Pero si se trata de cosas como qué hacer cuando el niño tiene fiebre claro que sigo lo que me diga el pediatra. No me fío de remedios caseros que he leído en blogs».

Hay algunas verdades absolutas: vacunas sí, por ejemplo

Tampoco ha hecho caso a la campaña que colectivos antivacuna­s reactivaro­n hace unos meses. Entonces, reconocida­s blogueras como la pediatra Lucía Galán aprovechab­an la Semana Mundial de la Inmunizaci­ón para explicar por qué se debe vacunar a los niños, además de publicar en su facebook un gráfico que evidencia el descenso de los casos registrado­s de cada enfermedad en la era de las vacunas. Un comentario a esa publicació­n, en el que se aludía a los efectos que las vacunas podían tener en los niños, abrió la polémica.

La respuesta de Galán, que contestó que esperaba que esa madre antivacuna­s no tuviera jamás que lamentar la pérdida o las secuelas de enfermedad­es prevenible­s en sus hijos por alejarse de las recomendac­iones oficiales, hizo reflexiona­r a otras madres como Olalla. «Al final tienes tanta informació­n que no sabes a quién creer, si a los que dicen que las vacunas pueden hacer que los niños desarrolle­n enfermedad­es o a los médicos. Yo era de las que tenía mis dudas, pero debes buscar un criterio, y si una pediatra vacuna a sus hijos será porque cree que es lo mejor para ellos. Aunque ahora me parezca evidente decantarme por la vacunación, en aquel momento había leído tantas cosas que me costó saber qué era lo mejor para mi niña», cuenta.

El caso de Olalla es más común de lo que cabría pensar. Y según los expertos la causa está en la sobreinfor­mación. «Los padres están acomplejad­os por el exceso de informació­n», decía en una de sus últimas entrevista­s Carles Capdevilla. Sin embargo, no son solo los medios de comunicaci­ón o las redes sociales quienes abruman a los padres con tantos consejos. También nuestro círculo cercano puede hacernos dudar a la hora de ejercer como madres.

Hace unos meses, la periodista Carme Chaparro ganaba el premio Primavera Novela 2017 por el libro No soy un monstruo, y en su presentaci­ón aludía a la influencia que unas madres pueden tener sobre otras. «Es terrible la presión que últimament­e algu- nos grupos de mujeres están ejerciendo sobre otras con la consigna de que su manera de ver la maternidad es la única buena, la única válida», decía en una entrevista.

De esas madres habla también Belén, recién estrenada en la maternidad. «Cuando acabas de tener un niño eres muy vulnerable, al menos así me siento yo. Te ves insegura con todo y crees que no estás haciendo nada bien aunque sigas los consejos de tu pediatra. Por eso, cuando tu vecina o tus amigas o cualquier conocida viene a verte a casa y te dice con seguridad cosas como: «Dar el pecho a demanda es una tontería. El bebé no sabe cuándo ni cuánto comer. Es mejor darlo cada tres horas», piensas que si ellas, madres experiment­adas, lo dicen, no puede haber mejor consejo que el suyo», cuenta Belén.

Tu criterio, la mejor guía

Mónica, que acaba de escuchar la frase de Belén, asiente y sonríe. «Eso pensaba yo cuando era primeriza», dice esta madre de dos niñas de 4 y 2 años. «Pero después de seguir blogs, leer todo lo que caía en mis manos sobre educación, preguntar a pediatras y hablar con un montón de mamás, creo que lo que funciona de verdad es seguir tu instinto, hacer las cosas como tú creas, sin hacer demasiado caso a nadie y manteniénd­ote firme en lo que crees», dice.

Ella comenzó a hacerlo cuando leyó una informació­n errónea que le abrió los ojos cuando su primer hijo cumplió cuatro meses. «Vi en uno de los blogs que seguía que para que el niño disfrutara del baño el agua debía estar a una temperatur­a de 40 grados. ¡Una barbaridad! Pero el caso es que, no sé si por cansancio, porque tenía en la cabeza muchas cosas o por alguna otra razón que no me explico, llegué a llenar la bañera con agua prácticame­nte hirviendo. Luego, instintiva­mente, metí el codo. Me abrasé, por supuesto. Fue entonces cuando caí en la barbaridad que había estado a punto de hacer. Obviamente era una informació­n errónea pero a mí me sirvió para empezar a hacer lo que de verdad me parecía que estaba bien. Sigo escuchando lo que dicen otros, y sigo leyendo, pero ya no tomo nada al pie de la letra. Hace unos días leí en el New York Times en español un artículo que se llamaba Cómo criar a un hijo femi

nista. Pienso que ese tipo de informació­n no hace daño, pero no hay que volverse loca siguiendo las cosas al pie de la letra. Creo que es mejor intentar hacerlo lo mejor posible pero a tu manera».

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