Ser Padres

Estrenarse como mamá y no morir en el intento.

¿Qué pasa por la mente de las mamás recientes cuando se encuentran con un bebé en brazos al que acaban de dar a luz? ¿Es fácil adaptarse a la nueva responsabi­lidad? ¿Y si nada es cómo habían imaginado? Esther Martínez, una madre primeriza, cuenta cómo sup

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El 28 de enero de 2016, la vida de Esther Martínez dejó de ser la de sus 28 años previos. Aquel día se acababan los cafés con las amigas sin hora, los viajes en los que se visitaban decenas de lugares, las cenas fuera de casa cada vez que apetecía... La «culpa» la tuvo un maravillos­o bebé llamado Valentina. El mismo bebé que a las 24 horas de nacer ya le estaba enseñando cientos de cosas. Por ejemplo, qué significa de verdad el amor incondicio­nal o lo que supone vivir la vida con mayúsculas. Pero también, que sus rutinas empezarían a ser otras, y que acabaría aprendiend­o a quererlas.

«Antes tenía siempre claro lo que iba a hacer en el día, en la semana y en los próximos dos meses. Era muy organizada. Pero desde que nació Valentina no sé lo que haré mañana». Esther Martínez Beltrán, madre de Valentina, de un año y medio. Autora de la web Estoreta

«Desde recién nacida reclamaba mucha atención, y como la mayoría de bebés, necesitaba rutinas muy marcadas, así que nunca podías planear tomar algo por la tarde o pensar a largo plazo. Empezamos a vivir el momento, el presente y el ahora. Nos enseñó a pararnos en seco y valorar las pequeñas cosas del día a día. Ahora, en vez de 10 cosas hacemos una, pero esa que hacemos la disfrutamo­s el triple», explica.

El ideal y la realidad

Cuando Esther y su marido se plantearon ser padres tenían claro que llegaría una nueva etapa. Pero eso no significa que supieran cómo iba a ser criar a un bebé. La forma que tomaría su nueva rutina no era fácil de predecir. Y cuando tocó afrontarla, lo hicieron como pudieron. «La maternidad me ha sobrepasad­o en los dos aspectos, en el bueno y en el malo», dice Esther. «Nunca me habría imaginado que sería tan duro ni tampoco tan bonito. Por ejemplo, jamás había tenido ese sentimient­o de miedo atroz de que le pueda pasar algo. Te lo dicen, lo has oído comentar... Pero son cosas que hasta que no lo vives en tu propia carne no te das cuenta realmente de su significad­o», comenta.

En su caso, la parte dura tuvo que ver con la lactancia, una etapa que imaginaba perfecta y que, sin embargo, presentó bastantes dificultad­es. «Disfruté de un embarazo buenísimo y de un parto muy respetado, fue todo increíble. Pero, después, me topé con una gran piedra, que fue la de la lactancia. Había algo que fallaba. A mí me dolía una barbaridad, la niña lloraba muchísimo y nadie sabía explicar el porqué. Aún así, fuimos tirando hasta que a los tres meses vieron que Valentina tenía un frenillo lingual muy atípico y que eso era lo que le impedía succionar, porque le dolía mucho», recuerda la madre de Valentina. «Tras la intervenci­ón y las curas fue todo bien pero no disfruté los primeros tres meses de mi hija. De las 24 horas del día, 20 estaba enganchada al pecho porque no podía sacar lo que necesitaba. Recuerdo que solo pensaba: “¿Esto hay alguien que lo aguante?”. Para mí esa fue la mayor dificultad con la que me encontré, mucho más que el cansancio o el no dormir, aunque eso también hace mella » , reconoce.

La rutina con la pareja

Mientras cuenta su experienci­a en primera persona recuerda que la madre no es la única afectada con la llegada de un bebé a casa. También para la pareja hay un giro de 180 grados y es, entonces, cuando pueden darse algunos roces. «Mi pareja y yo no habíamos discutido antes de tener a nuestra hija, solo riñas tontas», confiesa Esther. «Supongo que hay bebés que lo ponen más fácil que otros pero en nuestro caso, el hecho de no dormir nos ha pasado mucha factura. Cuando no descansas y estás muy cansado e irritable, evidenteme­nte no lo pagas con tu bebé si no con la persona con la que tienes más confianza, que es tu pareja», dice.

La buena noticia es que hay estrategia­s que ayudan a superarlo. Para Esther, la fórmula que funcionó fue la de ser consciente de que el agotamient­o era el que les hacía decir cosas que no sentían realmente. «Hemos intentando sacarle el máximo humor a todo esto, aunque había momentos en los que era imposible. Pero, sobre todo, siempre hemos sido muy consciente­s de que estábamos discutiend­o a causa del cansancio. Eso nos lo hemos repetido a menudo y lo hemos hablado muchas veces. Creo que es muy importante hacerlo, no cuando estás enfadado, sino cuando te encuentras bien. Ayuda a prepararte para cuando llegue lo malo», aconseja.

«Antes tenía claro qué iba a hacer en los próximos dos meses. Desde que soy madre vivo el aquí y el ahora»

Desahogo

Precisamen­te por ese cansancio, por la falta de sueño y también por la tensión que supone estar pendiente de un bebé las 24 horas del día, la mayoría de las madres necesitan una forma de desahogo, algo que ayude a llevar mejor el primer año de vida del bebé. La de Esther fue comenzar a escribir en su propia web, Estoreta (www.estoreta.com), sobre su maternidad. «Hasta que nació Valentina en mi blog escribía de decoración, tutoriales, viajes y recetas. Pero cuando llegó mi hija a nuestras vidas, esa web se convirtió en una vía de escape. Valentina me reclamaba el 100% de las horas, y me daba la sensación de que yo ya había desapareci­do como mujer y como esposa, que solo era madre. Sin embargo encontré en el mundo 2.0 la opción de poder socializar y conversar, aunque fuera a través de Internet. Además, el momento de escribir en el blog era el momento de hobby, de desconexió­n, de hacer cosas que no eran dar el pecho o cambiar pañales. Fue una terapia total», asegura.

Entre otras cosas porque en su blog pudo hablar de algunos asuntos que parecían tabú. Por ejemplo, que ser madre no significa felicidad las 24 horas del día. «Nunca había oído hablar de que una madre pudiera sentirse mal o que no se sintiera feliz con su bebé», comenta. «Fui la primera de mi círculo de amigos en ser madre por lo que, aunque parezca increíble, nadie me había contado nunca su experienci­a en el postparto. Supongo que la gente que tiene una hermana o una amiga muy cercana que ha pasado por ello se puede llegar a hacer una idea, pero en mi caso el conejillo de indias fui yo. Los anuncios nos enseñan una madre feliz, contenta, relajada, peinada, bonita... Pero yo no me sentía así. Creo que los blogs pueden ayudar en ese sentido. Tenía ganas de contar mi experienci­a sobre todo porque para mí era algo terapéutic­o explicar lo que me había pasado, pero también porque estaba segura que había más madres que se sentían como yo. No podía ser la única que tuviera días en que llorara y no me veía feliz o me sintiera una desgraciad­a», recuerda añadiendo que «aunque no es agradable decir que hay momentos en que no rebosas felicidad, si esa es la realidad no hay por qué ocultarla».

Precisamen­te ahora también vive uno de esos momentos de los que parece que no es política- mente correcto hablar. «Estoy haciendo el destete porque llegó un día en que vi que no lo disfrutaba, y creo que es lícito que una madre lo pueda decir. Nos autoexigim­os muchísimo. Es cierto que cuando traemos a un hijo al mundo es para dedicarnos plenamente a él, pero no todo es blanco o negro, hay diferentes matices y muchas maneras de vivir la maternidad», asegura Esther, que lleva año y medio de excedencia porque quiere ver crecer a su hija todos los días, otro tema donde hay diversidad de opiniones. «Para mí, tener la posibilida­d de no trabajar es un privilegio. Pero para cada madre es diferente», dice.

¿Su consejo para las mamás que vayan a estrenarse? «Que se compren una cama muy grande. Y que sepan que va a haber momentos muy duros aunque al mismo tiempo será lo más bonito que les va a pasar en la vida. También creo que es importante que sigan a su propio corazón. Una de las cosas que tiene la maternidad es que todo el mundo te dice lo que deberías hacer. Pero cuando tengas que tomar decisiones hay que optar por las que sientas porque ya va a ser suficiente­mente duro como para además hacer algo que no te apetece». Y añade otro apoyo que, al menos en su caso, fue clave: otras madres.

«Encontrar una tribu, madres que estaban pasando por lo mismo que yo, con quien me sentía comprendid­a y no juzgada, me ayudó mucho. Creo que formar parte de una tribu también es una gran terapia»

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