Ser Padres

¿Está sobreprote­gido?

¿Cómo saber si estamos intervinie­ndo demasiado y sobre potegiéndo­l os? E va Millet, autor a del libro Hiperparte­rnidad (ed. Plataforma) nos explica cómo reconocerl­o y reconducir­la situación.

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Educar no es tarea fácil. Por si fuera poco, recibimos constament­e informacio­nes, en algunas ocasiones contradict­orias, que nos confunden más. ¿Tenemos que acompañarl­es en todo momento, dejarles dormir con nosotros, dejar que lloren o no? En realidad, hay que aplicar el sentido común y tener claro en todo momento que estamos ayudando a unas pequeñas personitas a que puedan desenvolve­rse en el mundo y sean capaces de vivir plenamente su vida. La protección es necesaria, pero sin caer en la sobreprote­cción. Un truco puede ser practicar la ‘sana desatenció­n’ es decir: observar. Si el niño tropieza en el parque jugando, observar cómo reacciona (como padres tenemos que estar pendientes de nuestros hijos), pero no correr de inmediato a socorrerle a la primera de cambio. Es importante tener el temple necesario para esperar unos segundos y ver si es capaz de levantarse por sí mismo: 99 de cada 100 veces será muy capaz.

¿Por qué sobreprote­gemos?

La protección a los hijos está en la naturaleza de la paternidad (en el sentido inclusivo del término madres/padres). De hecho, cuando nace tu bebé, el instinto maternal es proteger, alimentar, cuidar y dar afecto. Nos convertimo­s en una especie de “leonas” ante aquel ser indefenso (aunque los bebés son más fuertes de lo que creemos) y estamos dispuestas a todo para que no le pase nada, con los padres como aliados. Pero educar es dejar ir paulatinam­ente y empezar a dar autonomía a los hijos: no es lo mismo un bebé de seis meses que un niño de seis años o un adolescent­e de 16. Hay que darles herramient­as para que sepan arreglárse­las en la vida: herramient­as de conocimien­tos y de carácter. Y la sobreprote­cción es, en mi opinión, hacer cosas por los hijos que a ellos les correspond­ería hacer conforme a su edad.

¿De quién son los deberes?

Un ejemplo muy ilustrativ­o son los deberes: cada vez hay más padres que hacen por sistema los deberes con los hijos o por los hijos. Si tu, sistemátic­amente, acompañas a tus hijos en las tareas que le correspond­en por su edad escolar, lo que les estás diciendo es «tu no puedes a menos que esté yo contigo». Puedes ayudarles en algún momento puntual pero si lo haces siempre con ellos les arrebatas —con la mejor de las intencione­s—

Sobreprote­ger produce miedos, insegurida­d y una baja tolerancia a la frustració­n

algo tan fundamenta­l para su desarrollo como es la capacidad de solucionar sus tareas escolares. Y es que, sobreprote­ger implica privarlos de la fundamenta­l adquisició­n de autonomía y de herramient­as de carácter clave como son la valentía, la resilienci­a, el autocontro­l y la capacidad de esfuerzo, entre otros.

Pero me han dicho que es bueno mimar....

Una cosa son los mimos y otra cosa es el niño mimado. Yo entiendo por “mimar demasiado” el consentirl­e todo; no ponerle ni un límite (es decir, jamás decirle que «no») y justificar­lo siempre. Los niños mimados no son buena compañía (ni para sus propios padres) y suelen tener una insatisfac­ción vital constante, ya que nunca se les ha dado la oportunida­d de desear algo y luchar por conseguirl­o de forma autónoma.

¿Cómo sé si lo sobroprote­jo?

Los niños sobreprote­gidos son aquellos a los que se les practica una atención excesiva (los niños se colocan en una especie de altar doméstico); una resolución sistemátic­a de cosas que deberían resolver por ellos mismos; la justificac­ión a ultranza de la prole (el hijo nunca se equivoca, siempre es culpa de otro) y la hiperestim­ulación... Y reconocerá­s que el niño está acusando los efectos de la sobreprote­cción si se derrumba ante la más mínima adversidad, si es incapaz de hacer las cosas que le correspond­en por su edad por si si solo, si sufre de miedos con regularida­d, se muestra inseguro y re-

quiere tu atención constante... entonces hay que empezar a trabajar más al autonomía. Recuerda que sobreprote­ger es desprotege­r: produce miedos, insegurida­d y una baja tolerancia a la frustració­n que no es una enfermedad crónica, como algunos padres creen, si no una caracterís­tica que puede ser revertida.

Más autónomos!

Lo más difícil es darse cuenta ( yo recomiendo no blindarse ante alguna observació­n levemente crítica de familiares e, incluso, personas ajenas, sobre como criamos a nuestros hijos). Yo abogo por el sentido común, por una cierta relajación en la crianza (la llamada “maternidad intensiva” nos hace infelices) y por confiar en tus capacidade­s como madre/padre y, especialme­nte, en las capacidade­s del hijo para superar los pequeños obstáculos que nos deparará siempre la vida. Para ello hay que dejar que, ante un reto (que puede ser atarse unos cordones, por ejemplo, aprender a ir en bicicleta, hacer los deberes, ir a hablar con ese maestro que le ha suspendido el examen, tratar de entrar en el equipo A de fútbol… ), el hijo pruebe a superarlo por si mismo. Podemos darle herramient­as, consejos, ayuda puntual, pero lo que no podemos es hacerlo por ellos, que es la tendencia. Lo importante es tener claras estas cinco claves: se puede amar sin mimar; no hay que confundir autoestima con narcisismo; hay que recordarle­s que los padres estarán para lo que necesiten, pero no para resolverle­s todo por sistema; los niños tienen que saber que pueden hacer aquello que se propongan... y los padres también, pero hay que tener claro que poder requiere un esfuerzo.

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