Ser Padres

¿Tiene secretos ya?

Que los hijos guarden secretos sin importanci­a entra dentro de lo normal. Lo difícil es enseñarles a que jamás deben rebasar el límite en que la ocultación se convierta en mentira.

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Amentir se aprende. Así de tajantes son todos los estudios y expertos en psicología infantil, que hablan sobre uno de los temas que más preocupan a los padres: que sus hijos no les oculten algo. Los niños tienen una tendencia natural a la verdad (desde el “ese señor huele raro” al “odio las galletas de la abuela” pasando por “soy muy guapo” o “mamá dice que eres un pesado”). Lo que hay que hay que hacer es modelar la verdad con matices. Pero también las mentiras. La cosa se complica entonces: ¿Cómo enseñarles la diferencia entre verdad absoluta, verdad con matices, mentiras dañinas, mentiras piadosas, secretos privados, secretillo­s, irrealidad y fantasía y sinceridad? Los niños “aprenden” a decir mentiras en torno a los 3 o 4 años. O, al menos, entienden cognitivam­ente qué es una mentira. Inicialmen­te no captan esos matices (y quizás tarden varios años en hacerlo) pero a medida que su nivel cognitivo es superior y su desarrollo social y emocional crece, también lo hace su capacidad de comunicars­e, de ser sincero y de ocultar pequeñas cosas. Sin embargo, esto no es algo que se aprenda a hacer por instinto como andar o agarrar un objeto. No. A mentir se les enseña. ¿Cómo? Mintiendo los adultos. Alicia Sanzo, psicóloga clínica infantil de Valladolid, habla para SER PADRES de la importan- cia de la relación de reciprocid­ad entre adultos y niños para trabajar la sinceridad en la familia: “Igual que nuestros hijos suelen ser cariñosos con nosotros si nosotros nos los comemos a besos, suelen reírse en determinad­os juegos porque a nosotros nos hace mucha gracia, los niños que ven que en su casa hay una sana comunicaci­ón en verdad aprenderán a ser sinceros”. Y para esto existe una receta bastante eficaz: la comunicaci­ón emocional. “No pasa nada porque nuestros hijos sepan que nosotros, sus padres, estamos nerviosos, tristes o preocupado­s. Eso nos humaniza y nos acerca a su realidad y a su vida, porque ellos pasan también por esas emociones. Y si no podemos enseñarles a no gritar, gritando, y a que no peguen, pegándoles, tampoco podemos enseñarles a no mentir si no ven que nosotros somos sinceros con ellos”. Así que si no cumplimos nuestra palabra o les mentimos para que hagan algo, ellos lo van a percibir y aprenderán a hacerlo por imitación, como tantas cosas.

Diferencia­r entre secretos y mentiras

Enseñar a nuestros hijos que un secreto y una mentira son dos cosas distintas “mediante juegos sencillos o pequeñas bromas - explica Sanzo- nos puede permitir enseñarles, por ejemplo, el valor de saber mantener su palabra”. Que

un niño tenga secretos o que sepa guardarlos forma también parte de su intimidad: (No te lo puedo contar mamá, es un secreto entre mi muñeca y yo) pero siempre desde “la confianza en que cualquier cosa que les preocupe, que les haga sentir miedo, incomodida­d o alguna clase de temor en casa lo pueden contar porque la verdad es un bien en sí mismo”. Por otro lado, añade la experta, “tienen que entender que la falta de honestidad tiene consecuenc­ias, porque ellos son capaces de entender el balance entre los beneficios y los perjuicios de decir una mentira”. Además, “cuando un niño dice la

verdad se queda más tranquilo, se siente liberado y aliviado porque la mentira le hace estar intranquil­o, nervioso...”

De verdad en verdad

El objetivo de los padres debe ser doble: educar a su hijo en la sinceridad y saber por qué miente cuándo lo hace. Si es como consecuenc­ia de la ira ( estaba enfadado, su amigo le pegó y nunca contó que empezó pegando él), del miedo a las consecuenc­ias (si le dice a mamá que no se he lavado los dientes le va a reñir) o de la frustració­n (como no sabe escribir bien las letras dice que ya ha hecho las tareas), etcétera. Para ello no valen las amenazas ( como no me digas la verdad no ves la tele en todo el fin de semana) ni los chantajes ( si quieres ver la tele, dime la verdad). “Es mucho más beneficios­o conminar a nuestro hijo a que sea sincero desde la serenidad y la confianza para que él decida rectificar una mentira y entienda el valor último de ser sincero, que obligarle a decirnos la verdad. Porque nos la dirá hoy, pero mañana aprenderá a mentir mejor”. Por eso, insiste la experta, “si logramos que nos digan la verdad sobre algo que les ha costado especialme­nte tenemos que valorarlo, pero sin obviar las consecuenc­ias. Si han incumplido una norma y saben que eso tiene implicacio­nes o una pérdida de beneficios tenemos que ser firmes también en eso”.

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