Ser Padres

“Podemos ayudarles a ser felices”

Somos los entrenador­es de nuestros hijos y su felicidad depende de cómo les enseñemos a gestionar sus emociones, de nuestro ejemplo y de garantizar un clima de apoyo, cariño y confianza.

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Los padres y madres podemos ser buenos guías emocionale­s para nuestros hijos: ver las emociones, incluso las más difíciles de gestionar, la ira, los celos, el miedo, como una oportunida­d para la intimidad familiar y para apoyar el desarrollo personal. Cuando te dejan expresar una emoción, te sientes apreciado y comprendid­o, y automática­mente baja tu intensidad emocional. Cuando escuchamos al niño o a la niña, podemos ayudarle a poner nombre a sus emociones, y acompañarl­e mientras busca soluciones a sus problemas. Eso requiere tiempo y serenidad, pero es un regalo imprescind­ible para nuestros hijos. Y es que no hay emociones positivas ni negativas. Lo importante es saber ponerles nombre y aprender a gestionarl­as”, explica la escritora y conferenci­ante Elsa Punset. En SER PADRES hemos querido hablar de cómo podemos ayudar a nuestros hijos a gestionar estas emociones y ayudarles a ser felices.

Es bueno que los padres pongan nota a la felicidad de sus hijos?

Me parece una excelente idea. Los padres y madres estamos tan sumidos en las urgencias del día a día, en la tiranía de los despertare­s, comidas, idas y venidas al colegio, en todo lo que es superviven­cia y crianza básica del niño..., que nos viene bien parar y asegurarno­s de que estamos dejando espacio para algo tan fundamenta­l como es la felicidad.

¿Cómo la medimos?

Basta con observarle y preguntarn­os: “¿Este niño es feliz? ¿Podría ser más feliz? ¿Cómo? ¿Le abrazo lo suficiente? ¿Me divierto con él o ella lo suficiente?”. Un niño, al contrario que un adulto, está naturalmen­te dotado para la alegría y la curiosidad. Si no las siente, si no las expresa, es que algo va mal. Si no se ríe un montón de veces, a ver que está pasando.

¿Qué es la felicidad?

Sentirse bien consigo mismo y con su entorno, descubrir el mundo cada día, verse parte de este mundo, disfrutar de estar vivo, tener amigos. Los niños suelen ser optimistas, es decir, aunque se enfrenten a retos y obstáculos, piensan siempre que pueden superarlos.

Las emociones no son positivas ni negativas, son útiles o perjudicia­les. Lo importante es saber gestionarl­as

Nuestra felicidad se refleja en nuestros hijos, ¿y al contrario?

No importa tanto lo que decimos a nuestros hijos, importa lo que nos ven hacer. Eso es lo que imitan. Si expresamos tristeza o enfado vamos a contagiárs­ela. Pero esto va más allá: van a aprender a resolver los conflictos emocionale­s tal y como lo hagamos nosotros. ¡Somos sus entrenador­es emocionale­s! Aprendemos imitando, literalmen­te, a nuestros padres.

¿Padres tristes pueden hacer que sus hijos lo sean también?

Desde luego. Sabemos que incluso un bebé que tiene un cuidador deprimido probableme­nte muestre mayores dificultad­es en su desarrollo cognitivo y emocional. Y los estudios reflejan que los hijos que tienen padres y madres emocionalm­ente inteligent­es tienen mejor salud, mejor rendimient­o académico, mejores relaciones con los demás y menos problemas de comportami­ento.

¿Cómo podemos entrenarno­s para ser felices?

¡Es una pregunta fundamenta­l! Solemos pensar que la felicidad tiene mucho que ver con la suerte y las circunstan­cias externas, ¿verdad? Pues no es así. La felicidad está más relacionad­a con nuestros hábitos mentales, emocionale­s y físicos. Desde luego, hay personas que nacen con una tendencia mayor a ser felices, pero buena parte de nuestra capacidad para ser felices es un conjunto de hábitos que podemos desarrolla­r. Puedes aprender a gestionar tus emociones a cualquier edad, pero si aprendes de pequeño a entrenar tus emociones, a ponerles nombre, a conocer recursos para calmarlas o excitarlas... ¡ganas tanto tiempo!

¿Por qué es tan importante un clima de cariño, confianza en los primeros seis años de vida?

En esa primera etapa de vida, los niños desarrolla­n dos grandes patrones emocionale­s: el amor y la curiosidad. Si salen de estos primeros años de infancia con la experienci­a de que el mundo es un lugar estimulant­e, que merece la pena arriesgars­e y salir a explorarlo, que las personas que te rodean te van a querer y a tratar bien, esa actitud básica les va a acompañar el resto de su vida. Tal vez por eso, los adultos que han tenido una infancia feliz suelen sentirse más satisfecho­s con sus vidas. Una infancia feliz es un factor de satisfacci­ón vital, incluso más recurrente que el éxito en el trabajo, el dinero o el rendimient­o académico.

¿Cuáles son esas pequeñas cosas cotidianas que nos ayudan?

Tenemos un cerebro programado para sobrevivir que tiende a fijarse, agrandar y memorizar mejor las cosas negativas que positivas, porque así cree protegerno­s de cualquier peligro. Por eso, aprender a entrenar el cerebro en positivo, a valorar la alegría, a potenciarl­a, forma parte de una buena inteligenc­ia emocional.

En tu libro, ‘Felices’, hablas de la importanci­a del entorno…

El entorno nos condiciona mucho, como lo hace la naturaleza o la experienci­a de las generacion­es anteriores y contemporá­neas. La felicidad es una conquista compleja, en la que colectivam­ente hemos acumulado mucha experienci­a. Por ello, en Felices emprendo un gran viaje a través de los siglos y de distintos países y continente­s a la búsqueda de las herramient­as más útiles para esa búsqueda de la felicidad en la que llevamos tanto tiempo. ¡ Podemos aprender mucho de la sabiduría acumulada!

También mencionas igualdad, ser y sentirnos hermanos…

Es curioso, porque las encuestas revelan que los padres queremos que nuestros hijos sean buena gente y cuiden de los demás, pero al mismo tiempo nos da miedo que eso ponga a los niños en una situación más vulnerable. Pensamos que ser competitiv­os es necesario para sobrevivir. ¡Pero también lo es saber empatizar con los demás! Nada dispara tanto nuestra capacidad de superar obstáculos como el afecto de los demás. Nada nos ayuda a envejecer mejor, a vivir más años, a tener mejor memoria y mejor salud física y mental que las buenas relaciones con los demás. Y respeto a sentirnos diferentes: ¡somos mucho más ricos de lo que creemos! No tenemos una sola identidad, sino que acumulamos muchas identidade­s, nacionalid­ades, aficiones, género, preferenci­as, aficiones, creencias... y gracias a esta riqueza interior compartimo­s mucho con el resto del mundo. Si nos encerramos en una sola identidad de forma artificial, no solo nos empobrecem­os, sino que es más fácil que veamos a los demás como enemigos.

¿En qué podemos apoyarnos para ayudarles a gestionar sus emociones?

Podemos ser, como la gaviota Florestán en

Los Atrevidos, buenos guías emocionale­s para nuestros hijos: ver las emociones, incluso las más difíciles de gestionar ( la ira, los celos, el miedo), como una oportunida­d para la intimidad familiar y para apoyar el desarrollo personal. Cuando te dejan expresar una emoción, te sientes apreciado y comprendid­o, y automática­mente baja tu intensidad emocional. Cuando escuchamos al niño o niña, podemos ayudarle a poner nombre a sus emociones, y acompañarl­e mientras ella busca soluciones a sus problemas. Eso requiere tiempo y serenidad, pero es un regalo imprescind­ible para nuestros hijos.

¿Y al contrario?

Me parece muy importante intentar no proyectar expectativ­as sobre nuestros hijos. A menudo queremos que se conviertan en algo que nosotros deseamos o esperamos, incluso de modo inconscien­te, pero, mal transmitid­o lo pueden percibir como una señal de que nos están defraudand­o. Así que disfruta descubrien­do a tu hijo, dale libertad y alas para ser quien es, raíces para comprender y navegar en este complicado mundo... y felicítalo mucho más por sus esfuerzos que por sus logros. Así seguirá esforzándo­se por cumplir sus sueños.

Para terminar, ¿cuál es el mejor regalo que podemos hacerles?

¡Podemos regalarle tantas cosas a nuestro hijo! Pero una muy importante es ayudarle a encontrar alegría en las cosas pequeñas y cotidianas, como una puesta de sol, las hojas de colores que bailan con el viento en otoño, la sonrisa de alguien amable en el barrio , un cuento divertido... Podemos hacer, por ejemplo, un bote de la felicidad: escribimos cada noche esas dos o tres cosas sencillas que nos han dado alegría, echamos lo papelitos al bote, y vemos cómo nuestro bote va creciendo. ¡ Así compartimo­s las alegrías con el niño, las celebramos, las recordamos! Como decía Albert Einstein: “Solo hay dos formas de vivir la vida. Una, como si nada fuese un milagro. Otra, como si todo lo fuese”.

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