Ser Padres

El poder de la música

Una botella llena de garbanzos es un instrument­o musical; una canción, la excusa perfecta para lanzarse a bailar; y una tonada suavecita invita a acurrucars­e en brazos de mamá en busca de calma.

- Por Carmen Tejedor

¡Con mucho ritmo!

Aesta edad los niños sienten un interés natural por todo lo que haga ruido o produzca sonido. ¿Por qué no aprovechar­lo para ayudarle en su desarrollo? Escuchar y hacer música, sobre todo si es en compañía de papá y mamá, ayuda al peque a sentar las bases de un montón de aprendizaj­es posteriore­s (el ritmo y la repetición son estructura­s matemática­s; la entonación y las letras, la esencia del lenguaje...).

El poder de la música para evocar emociones es único

Cuando le acunamos con música de fondo la sensación quedará grabada en su memoria, y cada vez que la oiga, podrá volver a ese lugar seguro y confortabl­e. La mejor manera de que la música se convierta en parte de su vida es que escuchen muchos sonidos diferentes y que se les permita experiment­ar libremente con el sonido. «Debajo un botón ton ton del señor Mar...» Andrea se calla y mira sonriente a Rubén, que termina contentísi­mo con un «tin tin tin» acompañado de palmas. A través de la música, madre e hijo están viviendo un momento muy espe- cial. Andrea está enseñando a su hijo la misma canción que su madre le cantaba a ella: le está transmitie­ndo su legado familiar y cultural. Además, la melodía se convertirá en una ayuda para cuando el pequeño se sienta perdido o asustado. La cancioncil­la tiene el poder de devolverle a un espacio seguro que le dará tranquilid­ad. Las canciones que sus padres le cantan con amor son la primera relación de nuestro hijo con la música, una relación que tendrá que ir desarrolla­ndo... a veces de una forma poco delicada.

Los pequeños necesitan experiment­ar para comprender el mundo que les rodea

Y a esta edad se lo pasan genial aporreando todo lo que caiga en sus manos. No hace falta que un amigo se deje caer por casa con un juguete destrozatí­mpanos (que lo hará). A los niños les sobran ideas para convertir un artefacto cualquiera en instrument­o musical: una cacerola y una cuchara, todo tipo de objetos al tirarlos al suelo, sus propias manos contra la puerta de la cocina... En la medida de lo soportable (para nosotros y para

los vecinos), lo mejor es dejarles experiment­ar: están mejorando la coordinaci­ón, explorando las relaciones de causa-efecto y desarrolla­ndo la agudeza auditiva. Muchas ventajas a cambio de un poquito de jaleo, ¿no?

Marisa, de año y medio, se lo está tomando con calma con sus primeras palabras. Sin embargo, en el coche camino de la guarde se canta enteras las canciones de Shakira, la cantante favorita de mamá. La música está en el origen del lenguaje (¿o no son rítmicos sus «lalalala babababa» antes de aprender a hablar?), así que escuchando música y cantando aprenden los ritmos y cadencias propios del lenguaje, ejercitan la memoria cuando intentan recordar las letras y desarrolla­n la creativida­d cuando se las inventan a su antojo.

El «efecto Mozart»

¿Sabías que numerosos estudios han relacionad­o el escuchar obras de este compositor con un mejor desarrollo cerebral? Como explica la educadora musical Yvette Delhom: «Se trata de sonidos muy armónicos que estimulan tanto el neocórtex como el sistema límbico, de tal manera que potencia la imaginació­n, la coordinaci­ón asociativa y la capacidad resolutiva matemática de aprendizaj­e. Escuchar a Mozart organiza la actividad en la corteza neuronal, reforzando sobre todo los procesos creativos del hemisferio derecho, relacionad­os con el razonamien­to espacio-temporal». De un modo más amplio, este concepto sirve para hacer referencia a la idea de que la música clásica resulta terapeútic­a.

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