Si los padres reaccionan riéndose, los niños encontrarán un filón para llamar su atención
Desde siempre
En El príncipe destronado una de las novelas más entrañables de la literatura española, escrita por Miguel Delibes en 1973, Quico, su protagonista, a punto de cumplir 4 años, siente verdadera fascinación por los tacos y se pasa todo la novela diciendo “mierda, cagao, culo” y “¡leche!” ante toda clase de situaciones.
Javier de Salas, crítico de cine, recuerda: “El cine de los 80 dedicado al público juvenil estaba plagado de palabrotas. Los Goonies, por ejemplo, tenían una ristra de palabras malsonantes que a los niños de esa generación nos sorprendieron por dos cosas: primero, porque hubiera niños que hablaban así y, segundo, porque salieran palabrotas en una película˝. En aquellos años en España, también llamaba enormemente la atención que apareciesen canciones como aquella de Los Punkitos cuyo estribillo decía “Caca, culo, pedo, pis” que fue prohibida en infinidad de hogares pese a ser un éxito total.
Una provocación
Esa fascinación no es nueva. Los niños saben que hay una parte del lenguaje exclusiva del mundo de los adultos. “Les daría igual que fueran palabrotas o trabalenguas”, dice Marga Esteban, psicóloga infantil experta en desarrollo del lenguaje. “Saber que hay algo que no pueden hacer y que forma parte del día a día de los adultos es un caramelo demasiado goloso para que lo ignoren”. Los niños saben que no pueden decir tacos y es precisamente en eso, en transgredir la norma, donde encuentran verdadera fascinación. “Muchas veces, y es inevitable, a los adultos nos da la risa cuando un niño dice una palabrota porque no nos lo esperamos y porque suena ridículo en esa boca tan pequeña, pero reírnos es un filón porque utilizarán ese recurso para llamar la atención”, añade la experta.