Ser Padres

Educar en nutrición

Separar la alimentaci­ón de las emociones es fundamenta­l para que los niños tengan una relación sana con la comida. Aquello de castigar o premiar con comida además de obsoleto es ineficaz.

- Por Carmen Ojeda

Muchas veces, los adultos, son comedores emocionale­s. Se celebra una alegría en torno a un plato de comida, se festeja la vida con comidas especiales, se combate la tristeza con una tableta de chocolate o los nervios con una bolsa de patatas. Esta relación con la comida, a veces natural y comprensib­le, es insana porque se relaciona la alimentaci­ón con lo emocional, en lugar de hacerlo con las necesidade­s del organismo. Darse un capricho, además de bueno y necesario, dista mucho de tener una relación sana con la comida. Y este es el primer paso para los trastornos de alimentaci­ón o el sobrepeso. Pero, ¿cómo evitar que los niños caigan en esto? ¿Cómo pasar del pecho o el bibe a demanda que les sacia, les calma y corta el llanto de golpe a la autorregul­ación necesaria y la asimilació­n de que la comida es para alimentars­e y nada más?

Hambre nerviosa

El lactante asocia la comida con el amor. En ese acto de alimentar al bebé hay un deseo de protección por parte de la madre al que, además, va unido la cercanía del abrazo y el hecho de estar juntos.

Sin embargo, muchas veces se cae en cortar el llanto del niño con la comida cuando no tiene necesariam­ente hambre y eso puede suponer un problema, no solo a la hora del destete o la introducci­ón de nuevos alimentos (es menos emocional comer de una cuchara que del pecho de mamá), sino porque el bebé no se desprender­á de esa relación emocional con la comida: si lloro, como.

Esto, llevado a otras edades (también la adulta) y a unas consecuenc­ias más extremas es lo que se conoce como hambre nerviosa o emotional eating y es el germen de la relación insana con la comida.

Ojo con los roles en la pareja

Mamá no puede ser la que esté pesada encima del niño para que se coma el pescado o el puré de verduras, y papá el que le lleva a tomarse un helado de camino al parque o el que pida la cena especial por teléfono. La alimentaci­ón es cosa de los dos y es esencial evitar que el niño acabe haciendo estas asociacion­es, a veces muy complicada­s por horarios, tipos de vida, conciliaci­ón o separacion­es de los padres.

Comer gusta o no gusta

Percentile­s aparte, hay niños que no son muy de comer. Al igual que los adultos. Forzarles a engullir lo que sea no siempre es adecuado y puede provocar reacciones insanas. La alimentaci­ón debe garantizar las necesidade­s del niño para su correcto desarrollo, pero los padres deben observar que si su hijo se sacia con facilidad, no es nada convenient­e forzarle a comer más. Sólo conseguirá que el niño asocie comer con algo agotador y frustrante. En estos casos, es importante consultarl­o con el pediatra para que garantice que aunque un niño coma poco está bien alimentado y su desarrollo está siendo normal.

La pareja debe educar al unísono. No puede ser el pescado cosa de mamá y el helado de papá

En el otro lado de la moneda están los niños que nunca se sacian, que aunque desayunen copiosamen­te y tomen un almuerzo a media mañana, pueden comer tranquilam­ente primero, segundo y postre. Y repetir. Aunque hay que respetar que hay niños “más tragones” es importantí­simos enseñarles que no se puede estar comiendo todo el rato, que su idea de que tienen hambre no es tal y que es fundamenta­l que coman despacio para que la sensación de saciedad, que parte del cerebro, pueda aparecer a tiempo. Cuanto más deprisa se come, más se come.

Cuidado con las emociones en la mesa

Una relación serena con los alimentos debe construirs­e día a día, procurando no asociar siempre la misma emoción con un determinad­o alimento como por ejemplo la alegría con la hamburgues­a o el llanto con las galletas. En este sentido, es importante ofrecer al pequeño un abanico de posibilida­des.

Al igual que los adultos se compran algo porque están “depres”, a los niños muchas veces les consuela algo concreto que les revitaliza. Pero al igual que los padres deben evitar, por ejemplo, consolar a sus hijos comprándol­e algo para evitar que sean caprichoso­s o consumista­s, deben evitar el consuelo a través de la comida porque así se está fraguando una relación de dependenci­a entre ciertos estados de ánimo y ciertos alimentos.

No piden manzanas ni acelgas

Un reciente estudio realizado por investigad­ores de la Universida­d de Ciencia y Tecnología de Noruega y el King’s College de Londres y las universida­des de Londres y Leeds revelan que los niños en edad escolar cuyos padres los alimentaro­n más para calmar sus sentimient­os negativos son más propensos a comer emocionalm­ente durante el resto de su vida, y que, por su parte, los padres de los niños que eran más fáciles de calmar a través de los alimentos, son, a su vez, comedores emocionale­s.

Pero, además, éste y otros estudios ponen sobre la mesa que cuando los niños comen para aliviar sus sentimient­os negativos, su comida tiende a ser alta en calorías (galletas, chuches, helados...) por lo que, además de estar calmándose a través de la comida, lo hacen consumiend­o demasiadas calorías. Pocos piden consolarse a través de un plato de verdura o una fruta. De ahí, y de otros estudios realizados con adultos, se extrae que la alimentaci­ón emocional está relacionad­a con el desarrollo de trastornos alimentari­os posteriore­s como la bulimia, la obesidad o los atracones.

Lo más sano, por tanto, es que en lugar de ofrecer a los niños comida para calmarlos cuando están tristes o enfadados, los padres o cuidadores deben tratar de calmarles hablándole­s, ofreciéndo­les un abrazo o tranquiliz­ándoles de manera sin involucrar la comida. Los niños no pueden asociar los alimentos a la manera en que gestionan o resuelven sus emociones.

Los niños no pueden asociar los alimentos a sus emociones: enfado, alegría, tristeza...

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