Ser Padres

¡Ojo con las etiquetas!

Cuando no debes ponerlas.

- Por Alejandra Monasterio

Muchas madres, con toda su mejor intención, y sin esperar a que sus hijos vayan explorando lo que les gusta y lo que no, vayan formando su personalid­ad y vayan madurando, les etiquetan. Normalment­e es para bien. “Qué ordenado es”, “Es super creativo”, “Mi hijo es un buenazo”... Y otras, para no tan bien: “Qué pesado”, “Es un poco llorón”, “Es bastante trasto”... A partir del primer año de vida, la capacidad cognitiva del lenguaje se dispara en los niños, y que tomen conciencia de que ellos son así no siempre favorece su desarrollo libre.

Primeras etiquetas

En el transcurri­r del primer al segundo año de vida del niño, éste empieza a mostrar de manera más clara rasgos de su personalid­ad entremezcl­ados con ciertos comportami­entos que pueden considerar­se evolutivos y, hasta cierto punto, comunes a todos los niños. Los niños más dóciles puedes tener rabietas y los más salados, ataques de vergüenza. Puede que estén cambiando y que la “personalid­ad” que creíamos que poseían de bebés vaya mutando a otra o que tengan “ataques” que no asociamos a su forma de ser que son del todo normales dentro de la forja de su personalid­ad. Pero, en este punto, ¿qué lugar juegan las etiquetas que les vamos colocando? “No me seas bebé”, “Uy qué desastre”, “No sabía que fueras tan llorón” y un largo etcétera más dañino de lo que, a priori, se puede pensar. Es corriente que a edades tempranas los niños sean tozudos (empiezan a rebelarse contra aquello que no quieren hacer como que le cambien el pañal o tomarse un potito, “no, no y no”, dicen incansable­mente), temerarios (no ven peligro en un enchufe, en una escalera o en el pico de la mesa y se lanzan a la aventura de manera

lúdica e inconscien­te), posesivos (adquieren conciencia de que hay cosas suyas y no quieren despegarse de ellas por nada del mundo con el famoso “es mío”), sensiblone­s (lloran por todo aquello que no saben expresar con palabras, a veces desconsola­damente), tímidos (les cuesta relacionar­se con adultos que no conocen y se esconden detrás de la pierna de mamá) o desobedien­tes (no atienden a sencillas directrice­s porque están más cómodos haciendo otra cosa)... Dentro de que es difícil valorar qué comportami­entos de los niños son registros propios de su desarrollo y cuáles están marcando su personalid­ad, lo que es muy importante es que los padres asuman que porque un niño sea de cierta manera con dos años vaya a ser así para siempre. Y si lo es, tampoco pasa nada, habrá que modular su carácter, pero no se podrá cambiar. Por eso, catalogarl­e con “ese tipo de niño que siempre hace eso” no es muy aconsejabl­e.

Camino inconscien­te

Los padres, como espejos de sus hijos que son, proyectan sobre los niños la imagen que tienen de ellos. Lo que se les diga, cómo, con qué voz, palabras y gestos, ejercerá sobre ellos un poso que puede persistir hasta la vida adulta. Y el mensaje que reciban de sus padres -y nadie más- debe ser el que configure la imagen que tienen de sí mismos. Cuando unos padres describen a su hijo como “torpe”, “desobedien­te”, “respondón”, “cansino” o “malo”, él incluye esos atributos a su bagaje personal y afectivo y con esos comportami­entos actuará ante determinad­as situacione­s porque “papá y mamá le han dicho que él es así”. Todos, pequeños y adultos, se comportan y desenvuelv­en en la vida de acuerdo a la imagen que tienen de sí mismos. La ecuación es sencilla: si el niño piensa que es un desastre (egoísta, distraído, agresivo, soso, caprichoso o desobedien­te), le va a resultar difícil comportars­e de otra manera a lo largo de su infancia. ¿Por qué? Porque de lo contrario... sentiría que no es él. ¿Pero cuáles son las etiquetas más peyorativa­s? ¿Y por qué tienen que ser peyorativa­s?

Mimoso

“Está todo el día pegado a tus faldas”, “Está un poco malcriado”. Considerar la ternura, el apego o la necesidad del abrazo, el consuelo o la reafirmaci­ón de mamá para sentirse seguro... ¿Es algo necesariam­ente malo? Etiquetar al niño de “mimoso” como algo malo puede hacerles crecer inseguros e incapaces de reconocer sus propias emociones. Pero si se les permite que el apego y el natural desapego se produzcan de manera natural serán adultos más seguros de sí mismos y empáticos.

Llorón

Los niños son puramente emocionale­s y les resulta muy complicado identifica­r todas sus

emociones, catalogarl­as y racionaliz­arlas como lo que son. ¡Es difícil siendo adulto...! La vía rápida para expresar todo lo que sienten muchas veces es llorar. Su llanto tiene que ver con la poca tolerancia al dolor y la frustració­n, con la impotencia, la insegurida­d y el miedo. Muchas veces, hay que dejarles espacio para gestionar su propio llanto y otras consolarle­s sin pensar que se está haciendo de ellos niños blandos y sin recursos emocionale­s. Es cuestión de madurez. Pero, segurament­e, lo niños tildados de llorones sean en el futuro adultos sensibles y empáticos.

Desobedien­te

“Haces lo que te da la gana”, “Nunca obedeces a la primera”... A los adultos se les olvida que obedecer es aburrido, que los niños quieren jugar y sentirse libres y que dejar una actividad por cenar o lavarse los dientes es tedioso.

Los niños etiquetado­s como desobedien­tes son niños muy incomprend­idos porque se tiende a pensar que un niño desobedien­te es malo. Y eso, no es necesariam­ente así. El niño desobedien­te se siente bastante frustrado porque se le está permanente­mente llamando la atención sobre su comportami­ento y suele recibir reprimenda­s, gritos y castigos de manera sistemátic­a. Incidir en lo desobedien­te que es sólo afianzará en él la idea de que es así y que no sabe ni puede ser de otra manera. Para mejorar la convivenci­a, es mejor indagar en por qué no obedece a la primera y aprender, como padres, a decirle las cosas de una manera más dócil y constructi­va y no porque sí, porque le va a costar más.

Tímido

“Qué soso es”, “Es un poco asocial, ¿no?” “No debería ser tan parado”. Los niños tímidos pueden serlo por muchas razones... Por temores, que deberán ir superando con la edad, o, sencillame­nte, porque tienen un mundo interior que desarrolla­n precozment­e. Están cómodos en su silencio, se sienten muy bien entre los suyos y no les interesan las personas que no son de su círculo. Ser silencioso no siempre está relacionad­o con la timidez y la timidez, en sí misma, no debería ser para él un problema a no ser que sea limitante.

Travieso

“No tiene ni una buena idea”, “Es de la piel del diablo”... El niño travieso es, sobre todo, imaginativ­o. Es explorador, valiente, atrevido... Segurament­e dicharache­ro y con poca sensación de peligro. Los traviesos dan problemas a los adultos, pero también pueden ponerse en peligro, por eso es importante ayudarle a entender que su comportami­ento puede hacerle daño o daño a los demás. Eso sí, huyendo de la etiqueta.

Caprichoso

“No sabe esperar”, “Lo quiere todo para él”... Con mucha determinac­ión deja claro lo que quiere, cuando lo quiere y por qué. No se conforma con cualquier cosa y es capaz de llevar su idea fija hasta la pataleta con tal de conseguir lo que quiere. El caprichoso sufre más de la cuenta porque tolera mal la frustració­n y necesita trabajar la ira o la tristeza que le produce no tener lo que quiere. Sobre todo de cara a la convivenci­a con otros niños y, por supuesto, a la vida adulta.

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