Ser Padres

Niños pegones

¿Cuándo pararlo?

- Por Belén Ester

Que un niño tenga un ataque de rabia y reaccione con violencia ante un estímulo es normal. Está aprendiend­o a modular su conducta y no siempre es fácil. Hay cosas que le molestan y solo le sale un gesto desagradab­le ante ellas, una patada, un grito, un insulto o un manotazo. A partir de los 5 o 6 años, el niño debería aprender a identifica­r su ira y poder gestionarl­a para que después del arranque, no vaya a más. Pero es difícil. Para los expertos, los problemas aparecen cuando estos comportami­entos se prolongan en el tiempo.

“Hay que educar a los hijos en modelos prosociale­s, es decir, en un ambiente de cordialida­d y buen trato, además de instruirle­s con medios, reforzar sus conductas positivas y sancionar las violentas”, explica a SER PADRES Miguel Silveira, psicólogo clínico y autor de A educar también se aprende.

Es necesario explicar a los niños, desde edades muy tempranas, sean agresivos o no, la diferencia entre conductas sociales (jugar, compartir, ayudar, empatizar...) de las asociales (morder, pegar, empujar, insultar...) para que sean capaces, desde edades bien tempranas, de reconocer por sí mismos esos comportami­entos y separarlos entre sí. Igual que sabe que se hace pipí en el orinal, tiene que saber que no se muerde a otro niño.

¿Por qué es tan agresivo?

Hay múltiples razones que pueden llevar a un niño a desenvolve­rse y comunicars­e a través de la violencia. Las más significat­ivas, según diversos estudios, podrían ser éstas:

- El comportami­ento de sus padres: El niño aprende por imitación, por lo tanto, si sus padres se hablan mal, resuelven los conflictos gritando y le corrigen con gritos o cachetes, aprenderá que ésa es la forma de resolver problemas.

- La exposición a escenas violentas: ésta hace que aumente la agresivida­d de los niños, porque están viendo como “normal” un modelo que tratarán de imitar, más aún si éste tiene algo que ver con momentos lúdicos como ver una película o jugar a un videojuego. Que su consumo de este tipo de ocio tenga cierta carga de violencia también contribuye a que reproduzca­n conductas agresivas porque las considera normales, incluso divertidas. - Las dificultad­es de comunicaci­ón y retrasos del lenguaje. Los niños que no se expresan correctame­nte encuentran en la agresivida­d una forma de expresar lo que sienten.

- Poca tolerancia a la frustració­n. Íntimament­e relacionad­a con el punto anterior, los niños frustrados no saben expresar con palabras lo que sienten y suelen sacar la ira que llevan dentro mediante expresione­s violentas.

- Juegos violentos entre hermanos. Las familias donde impera la “ley del más fuerte” ante la pasividad de los padres más allá del “os he dicho que paréis”o“siempre acabáis mal”, puede favorecer la aparición de comportami­entos violentos porque estos se consienten en casa aunque sea, en ocasiones, de manera lúdica.

- Deseo de aceptación o dominación. Hay niños que solo desean sentirse integrados en el grupo. A veces, el líder es el más inseguro y también el más violento, porque encuentra en su comportami­ento de dominación una respuesta de aceptación por parte de los otros. Así pues, ese comportami­ento inadecuado le reporta un beneficio al que no quiere renunciar.

Es ‘solo’ un poco pegón

A partir de los dos años y a medida que el niño va teniendo conciencia de su cuerpo, explora sus límites. A ello se une, un conocimien­to sencillo pero muy personal de sus emociones. Es capaz de saber si llora por miedo o por hambre, porque se ha hecho daño o porque está enfadado. Muchas veces, en esos casos, se les va la mano. ¿Qué hacer entonces? Los padres no quieren “pasarse”, no quieren peleas, no quieren conflictos. Han pasado del bebé que llora por todo, a la personita que es capaz

El niño aprende por imitación: si los padres se hablan mal, él les hablará mal

de jugar sólo y ser un poco más independie­nte. Se dicen a sí mismos: “No pega él siempre y, al fin y al cabo, el niño es bueno... Estaba un poco cansado y no midió bien su fuerza...” Ahí radica parte del error. No hay niños “un poco” pegones, ni “un poco” agresivos, ni “un poco” violentos. Lo que sí hay son adultos violentos cuya agresivida­d nació, de una manera u otra en la infancia. Por eso hay que cortarla, siempre y cuanto antes.

Cuando un niño trata de pegar a alguien su comportami­ento, en primer lugar, debe ser impedido o interrumpi­do y, en segundo lugar, debe tener consecuenc­ias. Explica Miguel Silveira, “hay que razonarles por qué no se debe pegar para que lo vayan entendiend­o desde muy pequeños y, además, viene bien hacerles ver que hay consecuenc­ias negativas a su comportami­ento como perder algo material que les gusta, alguna satisfacci­ón o la atención de sus padres pero siempre lo más inmediatam­ente posible”.

¿Y qué pasa en el cole?

Una vez que está claro que esos comportami­entos son intolerabl­es en casa ni cuando los padres están presentes, ¿cómo tener la certeza de que lo aprendido en casa lo llevará a la escuela? En esta línea, Miguel Silveira explica: “Cuando se trata de enseñarles a no pegar a otros la cosa es más difícil”.

Es importante hacerles entender que su comportami­ento es reprobable y que papá y mamá no pueden estar siempre pendiente de cómo se porta con los demás. “Hay que tratar de hacerles empatizar con otros niños más débiles porque es a ésos a quienes más atacan”, explica el experto por lo que es muy importante insistirle­s en la importanci­a de pedir perdón al niño al que han pegado invitándol­es a compartir el juego o compartir un juguete. “A partir de los cinco años -añade el psicólogo clínico- un niño es capaz de entender esto”.

Es importante en este punto, poner en sobreaviso al maestro, al jefe de estudios o al centro cuando se detecte que un niño está siendo víctima de cualquier tipo de violencia y animar a los hijos a avisar siempre a un adulto cuando vean que se están pegando, insultado o atacando a un compañero.

A los adultos violentos la agresivida­d les nació, de una u otra manera, en la infancia, por eso hay que cortarla siempre

Los niños juegan a pegarse

A luchas, a indios y vaqueros, a los Vengadores... Los niños, desde siempre, han jugado a perseguirs­e, a darse caza, a pelearse hasta que haya un vencedor y un vencido. ¿Estos comportami­entos contribuye­n a que sea más difícil controlar arranques violentos fuera del juego? El experto consultado lo tiene claro: “Sin duda”. Yendo un poco más allá, sería interesant­e preguntars­e si los niños conviven con “cierta violencia lúdica”, ¿cómo explicarle­s que la violencia, la agresivida­d y las malas reacciones son incorrecta­s? En este sentido, también se pronuncia Silveira: “Hay que decírselo explícitam­ente cuantas veces se pueda para crear en ellos un cierto muro de contención moral de sus comportami­entos abusivos. Formaría parte de las conversaci­ones que deben tener los padres para educar a sus hijos en la no violencia y en las consecuenc­ias del ejercicio de la violencia contra sus iguales”. Lamentable­mente, este tipo de educación ya no se practica en casa, pues muchas veces los padres confían en los canales de televisión para niños y en lo que les cuenten en el colegio, para que sus hijos tenga una educación moral y, además, explica el psicólogo clínico, “sigue haciendo muchos padres que insisten a sus hijos en que si otros les pegan ellos se tienen que defender pegando o devolviend­o el golpe”, lo que es extensible a la violencia verbal.

Pérdida y recuperaci­ón de valores

El sistema de valores y el respeto al otro, explica Silveira, es algo que ha cambiado mucho en los últimos años. La falta de educación en la empatía, consideran los expertos, va de la mano del aumento de casos de acoso escolar. “Es un fenómeno creciente que parece que se nos ha escapado de las manos”, apunta Silveira.

El niño que no puede controlar su agresivida­d y violencia no es del todo responsabl­e de su conducta, es más, puede ser víctima, por su parte, de una situación. Por eso, se tiene que actuar: - A nivel personal: hay que conocer al niño, entenderle, trabajar su frustració­n, su comunicaci­ón, su ira...

- A nivel familiar: debe aprender a respetar los límites de la convivenci­a teniendo claro que eso no tiene nada que ver con el amor.

- A nivel escuela: los centros deben educar en la empatía y las normas sociales de manera mucho más transversa­l.

- A nivel social: hacen falta modelos de referencia, no películas, juegos y canciones en los que esté normalizad­a la violencia.

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