Preadolescencia
Parece que nunca dejarán de ser niños y de repente un día nos sorprenden con que quieren más independencia. ¿Cómo actuar?
¿Es ya mayor para salir solo?
Amuchas familias les preocupa o surgen dudas en el momento en que sus hijos comienzan la etapa en la que quieren más autonomía. Piden salir solos en la urbanización, quedarse a dormir en casa de un amiguito, dinero para comprar algo, salir y volver más tarde o irse de campamento y conocer mundo, viajar, desplazarse y ver más allá de su entorno familiar.
Y los padres siempre nos preguntamos: ¿ha llegado el momento? ¿Es normal? ¿Es mi hijo muy precoz? ¿Es preadolescencia? ¿Quiere correr demasiado? Pero, ¡si hace dos días era un bebé! Lo que solemos hacer los padres es comentarlo con nuestra pareja, con otros padres e, incluso, con nuestros padres que ya pasaron por esto. Ha llegado el momento de soltar amarras. Suele producirse entorno a los 8 o 9 años de edad de nuestros hijos. Notamos un cambio en ellos, en su forma de pensar; parece, de repente, que comienzan a tener un criterio propio y que no lo habías descubierto antes. Comienzan a cobrar especial relevancia los amigos y pasan tiempo con ellos, cuando hasta entonces tú eras su juguete preferido.
Es posible que se interesen por saber cosas de adultos en una película o que incluso comiencen a cambiar de estilo y gustos de juegos, de
ropa, música, series de televisión y, además, hasta es posible que se sonrojen ante un chico que antes era solo un amigo y ahora lo vean diferente.
Todos estos cambios son normales y, aunque nos enfrentemos a una situación nueva en la vida de nuestros hijos y puedan producirnos vértigo, ocurren en todos los niños antes de los 12 años y se prolongará en el tiempo. Por ello, la mejor forma de abordarlo será con mucha calma y paciencia.
En la llamada preadolescencia comienzan a tener todos estos sentimientos, a querer más de la vida aunque sigan siendo emocionalmente niños y aún no hayan asimilado el concepto de querer guardar su intimidad, que el adolescente si lo hace. Por lo tanto, es habitual que nuestro hijo, con el que teníamos creados espacios de hablar y comunicarnos, nos cuente o diga cosas que nos sorprendan; cosas que quieren compartir que han escuchado, que han visto en youtube, cosas que les llama la atención de la vida del adulto, de dinero, de relaciones, de intimidad…y a nosotros nos parezca que nuestro niño se ha esfumado. Pero nuestro niño lo que ha hecho es evolucionar con la ley natural.
■ ¿Cuánta libertad darles y en qué momento?
Edad
Unos factores a tener muy en cuenta serán la edad cronológica, madurez del niño y lugar de residencia o entorno. Según estos parámetros se le podrá dar más o menos independencia. No es lo mismo la libertad que vamos a dar a un niño de 6 años, que a uno de 10, que a uno de 14. Su madurez y sus experiencias son muy diferentes. Antes de los 11 años los niños aún son considerados niños madurativamente y sería adecuado la supervisión de un adulto o al menos cierta “vigilancia” para velar y constatar que van aprendiendo a desenvolverse. Y es a partir de los 12 o 13 años cuando se produce ese punto de inflexión entre niño y adolescente y donde podemos confundirnos por sus razonamientos. Demandan a partir de esa edad su necesidad de descubrir mundo, de cambiar algunas cosas de su vestuario, gustos y amistades. También se produce su revolución hormonal y cambio de carácter. Con 12 años, necesitan supervisión pero en ciertos momentos podemos dejarles el espacio para ir al cine y volver, ir a merendar o para pasar una tarde en casa solo. Más adelante, a partir de los 16 o 17 años demandarán salir más de noche y será necesario consensuar hasta qué hora. Como padres, tendremos que armarnos de paciencia para contener estos momentos hasta que vayan siendo un poco más adultos, soltando poco a poco la cuerda de niños a mayores.
Ubicación
No es lo mismo vivir en un pueblo a en una gran ciudad; en una urbanización cerrada a un piso que da a una avenida con tráfico; tener un entorno conocido cerca a no tenerlo; contar con 7 años que tener 12. Como padres, debemos conocer los peligros a los que pueden enfrentarse nuestros hijos según dónde vivamos y tomar las precauciones oportunas. No se trata de sobreprotegerles sino de actuar con sentido común teniendo en cuenta el ambiente que rodea a nuestro pequeño.
Madurez
Existirían varios indicadores que pueden ayudar a conocer cómo de preparado está el niño para desenvolverse solo. Si conoce su nombre y apellidos, si es capaz de hacer la maleta, si entiende bien el concepto de la hora, si conoce su teléfono o el de sus padres y la dirección donde vive, si sabe manejar el dinero, podemos pensar que puede empezar a estar solo. Es importante la edad del niño cronológica y madurativa. Hay niños con 12 años muy maduros y otros que aún necesitan un tiempo para madurar y discernir en determinadas situaciones. Deberemos evaluar si son lo suficientemente maduros como para ser conscientes de cuándo una situación tiene peligro, si saben velar por su seguridad, pedir ayuda y encontrar una solución a un problema. Por ejemplo, si sabrán pedir ayuda adecuadamente si se pierden o si sabrán volver a casa si pierden el autobús. Podemos conocer el grado de madurez de un adolescente a través de su comportamiento y lo que hace. Son importantes no solo las notas escolares sino la capacidad de trabajo del adolescente: si entrega las tareas y estudia de manera autóno
A partir de los 12 años de edad el niño quiere disfrutar de más libertad para salir con sus amigos una tarde o volver solo del cole
ma. Si se responsabiliza o colabora con algunas tareas, si hace la cama y otras labores de la casa, es adecuado asignarle algunas funciones de responsabilidad. También si maneja bien el dinero con responsabilidad y lo administra, en lugar de tener una conducta más impulsiva y gastarlo todo. Observa si tiene una rutina y compromiso con el deporte y si en el caso de entender una mascota se ocupa de ella. Todas estas tareas son muy saludables para fomentar responsabilidad y madurez.
Aproximaciones sucesivas.
Ayuda mucho, cuando entramos en momentos de demanda de libertad, realizar pequeños pasos que vayan habituándonos a todos a la nueva situación. Por ejemplo, a la hora de que salga de manera independiente el primer día, llevarle y recogerle en un sitio; el segundo día, dejarle más tiempo; el tercero, que vaya él solo; y así sucesivamente ir evaluando si respeta adecuadamente las normas y muestra la responsabilidad necesaria y adaptada al momento.
Confianza
Es importante conocer si, independientemente de los peligros que haya fuera, consideramos que el niño podría defenderse ante distintas situaciones y si es capaz de reconocer un peligro o tomar una decisión adecuada. Es a partir de los 10-11 años cuando comienzan a presentarse algunas de estas competencias. Antes de esa edad no tienen, en general, el discernimiento necesario para responder ante determinadas situaciones. Les falta madurez y no debe confundirnos el que utilicen un lenguaje adulto, porque son aún muy inocentes, no tienen experiencia y necesitan madurar.
Comunicación con nuestros hijos
A todo ello habrá que sumarle si cuenta habitualmente sus cosas, si existe comunicación con él y si creemos que es capaz de detectar los peligros. Los adolescentes tienden a encerrarse porque no escuchan y tienden a verlo todo como una crítica. Por tanto, es fundamental desde que nuestros hijos son pequeños fomentar la confianza y la comunicación, interesarnos por su mundo y, en el caso de los adolescentes, conseguir que, poco a poco, nos dejen entrar.
Comunicación entre padres
El inicio de la adolescencia coincide también con el encerrarse en uno mismo de muchos adolescentes. Hablar con los padres de los amigos es fundamental para poder estar al tanto de lo que van pensando, haciendo y coordinarnos para apoyarlos también en sus planes y estar a su lado en este momento de crecimiento. Es muy útil para todos si los padres se relacionan entre ellos. No hay que tener miedo de preguntarles e interesarnos por lo que van viviendo. Saber lo que hacen no es fiscalizar, tampoco invadir su intimidad, sino un modo de compartir vivencias o pensamientos. Supone un gesto de amor y cuidado por los hijos interesarse por lo que hacen y acercarnos a su mundo, aceptarlos y acompañarlos en esta transición de vida.
El ejemplo
Como siempre ocurre en la educación, lo que más ayuda es la coherencia y dar ejemplo. Si crecen desde pequeños con esta base, a futuro será una inversión que haremos en la forma en que regulen su conducta. Les servirá como capacidad para discernir, de motivación hacia determinadas cosas y falta de interés por otras.