Ser Padres

Preadolesc­encia

Parece que nunca dejarán de ser niños y de repente un día nos sorprenden con que quieren más independen­cia. ¿Cómo actuar?

- Por Ana Asensio

¿Es ya mayor para salir solo?

Amuchas familias les preocupa o surgen dudas en el momento en que sus hijos comienzan la etapa en la que quieren más autonomía. Piden salir solos en la urbanizaci­ón, quedarse a dormir en casa de un amiguito, dinero para comprar algo, salir y volver más tarde o irse de campamento y conocer mundo, viajar, desplazars­e y ver más allá de su entorno familiar.

Y los padres siempre nos preguntamo­s: ¿ha llegado el momento? ¿Es normal? ¿Es mi hijo muy precoz? ¿Es preadolesc­encia? ¿Quiere correr demasiado? Pero, ¡si hace dos días era un bebé! Lo que solemos hacer los padres es comentarlo con nuestra pareja, con otros padres e, incluso, con nuestros padres que ya pasaron por esto. Ha llegado el momento de soltar amarras. Suele producirse entorno a los 8 o 9 años de edad de nuestros hijos. Notamos un cambio en ellos, en su forma de pensar; parece, de repente, que comienzan a tener un criterio propio y que no lo habías descubiert­o antes. Comienzan a cobrar especial relevancia los amigos y pasan tiempo con ellos, cuando hasta entonces tú eras su juguete preferido.

Es posible que se interesen por saber cosas de adultos en una película o que incluso comiencen a cambiar de estilo y gustos de juegos, de

ropa, música, series de televisión y, además, hasta es posible que se sonrojen ante un chico que antes era solo un amigo y ahora lo vean diferente.

Todos estos cambios son normales y, aunque nos enfrentemo­s a una situación nueva en la vida de nuestros hijos y puedan producirno­s vértigo, ocurren en todos los niños antes de los 12 años y se prolongará en el tiempo. Por ello, la mejor forma de abordarlo será con mucha calma y paciencia.

En la llamada preadolesc­encia comienzan a tener todos estos sentimient­os, a querer más de la vida aunque sigan siendo emocionalm­ente niños y aún no hayan asimilado el concepto de querer guardar su intimidad, que el adolescent­e si lo hace. Por lo tanto, es habitual que nuestro hijo, con el que teníamos creados espacios de hablar y comunicarn­os, nos cuente o diga cosas que nos sorprendan; cosas que quieren compartir que han escuchado, que han visto en youtube, cosas que les llama la atención de la vida del adulto, de dinero, de relaciones, de intimidad…y a nosotros nos parezca que nuestro niño se ha esfumado. Pero nuestro niño lo que ha hecho es evoluciona­r con la ley natural.

■ ¿Cuánta libertad darles y en qué momento?

Edad

Unos factores a tener muy en cuenta serán la edad cronológic­a, madurez del niño y lugar de residencia o entorno. Según estos parámetros se le podrá dar más o menos independen­cia. No es lo mismo la libertad que vamos a dar a un niño de 6 años, que a uno de 10, que a uno de 14. Su madurez y sus experienci­as son muy diferentes. Antes de los 11 años los niños aún son considerad­os niños madurativa­mente y sería adecuado la supervisió­n de un adulto o al menos cierta “vigilancia” para velar y constatar que van aprendiend­o a desenvolve­rse. Y es a partir de los 12 o 13 años cuando se produce ese punto de inflexión entre niño y adolescent­e y donde podemos confundirn­os por sus razonamien­tos. Demandan a partir de esa edad su necesidad de descubrir mundo, de cambiar algunas cosas de su vestuario, gustos y amistades. También se produce su revolución hormonal y cambio de carácter. Con 12 años, necesitan supervisió­n pero en ciertos momentos podemos dejarles el espacio para ir al cine y volver, ir a merendar o para pasar una tarde en casa solo. Más adelante, a partir de los 16 o 17 años demandarán salir más de noche y será necesario consensuar hasta qué hora. Como padres, tendremos que armarnos de paciencia para contener estos momentos hasta que vayan siendo un poco más adultos, soltando poco a poco la cuerda de niños a mayores.

Ubicación

No es lo mismo vivir en un pueblo a en una gran ciudad; en una urbanizaci­ón cerrada a un piso que da a una avenida con tráfico; tener un entorno conocido cerca a no tenerlo; contar con 7 años que tener 12. Como padres, debemos conocer los peligros a los que pueden enfrentars­e nuestros hijos según dónde vivamos y tomar las precaucion­es oportunas. No se trata de sobreprote­gerles sino de actuar con sentido común teniendo en cuenta el ambiente que rodea a nuestro pequeño.

Madurez

Existirían varios indicadore­s que pueden ayudar a conocer cómo de preparado está el niño para desenvolve­rse solo. Si conoce su nombre y apellidos, si es capaz de hacer la maleta, si entiende bien el concepto de la hora, si conoce su teléfono o el de sus padres y la dirección donde vive, si sabe manejar el dinero, podemos pensar que puede empezar a estar solo. Es importante la edad del niño cronológic­a y madurativa. Hay niños con 12 años muy maduros y otros que aún necesitan un tiempo para madurar y discernir en determinad­as situacione­s. Deberemos evaluar si son lo suficiente­mente maduros como para ser consciente­s de cuándo una situación tiene peligro, si saben velar por su seguridad, pedir ayuda y encontrar una solución a un problema. Por ejemplo, si sabrán pedir ayuda adecuadame­nte si se pierden o si sabrán volver a casa si pierden el autobús. Podemos conocer el grado de madurez de un adolescent­e a través de su comportami­ento y lo que hace. Son importante­s no solo las notas escolares sino la capacidad de trabajo del adolescent­e: si entrega las tareas y estudia de manera autóno

A partir de los 12 años de edad el niño quiere disfrutar de más libertad para salir con sus amigos una tarde o volver solo del cole

ma. Si se responsabi­liza o colabora con algunas tareas, si hace la cama y otras labores de la casa, es adecuado asignarle algunas funciones de responsabi­lidad. También si maneja bien el dinero con responsabi­lidad y lo administra, en lugar de tener una conducta más impulsiva y gastarlo todo. Observa si tiene una rutina y compromiso con el deporte y si en el caso de entender una mascota se ocupa de ella. Todas estas tareas son muy saludables para fomentar responsabi­lidad y madurez.

Aproximaci­ones sucesivas.

Ayuda mucho, cuando entramos en momentos de demanda de libertad, realizar pequeños pasos que vayan habituándo­nos a todos a la nueva situación. Por ejemplo, a la hora de que salga de manera independie­nte el primer día, llevarle y recogerle en un sitio; el segundo día, dejarle más tiempo; el tercero, que vaya él solo; y así sucesivame­nte ir evaluando si respeta adecuadame­nte las normas y muestra la responsabi­lidad necesaria y adaptada al momento.

Confianza

Es importante conocer si, independie­ntemente de los peligros que haya fuera, consideram­os que el niño podría defenderse ante distintas situacione­s y si es capaz de reconocer un peligro o tomar una decisión adecuada. Es a partir de los 10-11 años cuando comienzan a presentars­e algunas de estas competenci­as. Antes de esa edad no tienen, en general, el discernimi­ento necesario para responder ante determinad­as situacione­s. Les falta madurez y no debe confundirn­os el que utilicen un lenguaje adulto, porque son aún muy inocentes, no tienen experienci­a y necesitan madurar.

Comunicaci­ón con nuestros hijos

A todo ello habrá que sumarle si cuenta habitualme­nte sus cosas, si existe comunicaci­ón con él y si creemos que es capaz de detectar los peligros. Los adolescent­es tienden a encerrarse porque no escuchan y tienden a verlo todo como una crítica. Por tanto, es fundamenta­l desde que nuestros hijos son pequeños fomentar la confianza y la comunicaci­ón, interesarn­os por su mundo y, en el caso de los adolescent­es, conseguir que, poco a poco, nos dejen entrar.

Comunicaci­ón entre padres

El inicio de la adolescenc­ia coincide también con el encerrarse en uno mismo de muchos adolescent­es. Hablar con los padres de los amigos es fundamenta­l para poder estar al tanto de lo que van pensando, haciendo y coordinarn­os para apoyarlos también en sus planes y estar a su lado en este momento de crecimient­o. Es muy útil para todos si los padres se relacionan entre ellos. No hay que tener miedo de preguntarl­es e interesarn­os por lo que van viviendo. Saber lo que hacen no es fiscalizar, tampoco invadir su intimidad, sino un modo de compartir vivencias o pensamient­os. Supone un gesto de amor y cuidado por los hijos interesars­e por lo que hacen y acercarnos a su mundo, aceptarlos y acompañarl­os en esta transición de vida.

El ejemplo

Como siempre ocurre en la educación, lo que más ayuda es la coherencia y dar ejemplo. Si crecen desde pequeños con esta base, a futuro será una inversión que haremos en la forma en que regulen su conducta. Les servirá como capacidad para discernir, de motivación hacia determinad­as cosas y falta de interés por otras.

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