Ser Padres

Malas contestaci­ones

Ese “no me da la gana” por parte de nuestros hijos nos saca de quicio. Te ayudamos a reconducir su conducta para que el respeto sea el protagonis­ta en tu hogar.

- Por María Alcaide

Pautas para que hable bien.

Las malas contestaci­ones de los niños surgen como respuesta a algo que no aceptan y generalmen­te vienen después de haberles reñido por algo. No aceptan lo que se les dice y no reparan en utilizar palabras feas o un tono indeseable para expresar su opinión o sus sentimient­os, según el caso.

Y por este motivo cabe preguntars­e ¿dónde está el origen de las malas contestaci­ones? Sara Tarrés, licenciada en Psicología por la Universida­d de Barcelona, y directora del blog mamapsicol­ogainfanti­l.com, asegura que “está en un inadecuado manejo de la ira. Una emoción básica, que no debemos etiquetar como mala o negativa. Sencillame­nte es una emoción que como cualquier otra es necesaria para nuestra superviven­cia”.

Pero, además existe una segunda razón anclada en el seno de la educación que es la sobreprote­cción infantil, una consecuenc­ia de la hiperpater­nidad que impera como modelo de educación en este siglo XXI y que muchos expertos consideran que es la causante de las malas contestaci­ones. “Una educación basada en un estilo

parental sobreprote­ctor tiene como resultado, más que probable, niños con baja tolerancia a la frustració­n que buscan la gratificac­ión inmediata sin tener que esforzarse ni tener en cuenta el valor de lo que cuesta obtener las cosas. Educar haciendo por ellos lo que ya pueden hacer por sí mismos, comprarles todo lo que desean o evitarles las consecuenc­ias de sus actos les impide tener oportunida­des de aprender de los errores y fracasos, de saber esperar o de apreciar el valor de esforzarse por conseguir sus objetivos”, asegura Sara Tarrés.

Y es que la sobreprote­cción es igual de dañina que el autoritari­smo férreo, “porque en ambos casos se niega al niño o niña la oportunida­d de ser ellos mismos. Al final, nos encontramo­s con niños con baja autoestima y mucha rabia acumulada”, aclara Tarrés.

Cuando las malas contestaci­ones son un problema

Estos malos modos, burlas, frases amenazante­s… son todo un desafío para los padres, y no surgen de la nada, sino que por el contrario es un comportami­ento que se va consolidan­do con el tiempo. Las malas contestaci­ones pueden aparecer a partir de los 3 o 4 años y evoluciona­n hasta ser preocupant­es para los padres cuando los niños llegan a la preadolesc­encia a los 10-11 años. Se mantienen en el tiempo unas veces por imitación, cuando lo ven en hermanos mayores, otras porque las malas contestaci­ones resultan efectivas ya que con ellas consiguen llamar la atención de sus padres, que a veces es lo único que quieren o bien logran salirse con la suya. Sin embargo, generalmen­te, se mantienen porque los padres no hacen nada, es decir, no actúan para evitar discusione­s o conflictos.

Para la psicóloga Sara Tarrés, las malas contestaci­ones son realmente un problema “cuando son sistemátic­as o cuando nuestros hijos entran en una dinámica agresiva en la que para sentirse bien deben dañar a terceros y las relaciones familiares se ven gravemente afectadas. Cuando esto ocurre, en lugar de centrarnos en la conducta deberíamos averiguar qué es lo que le está ocurriendo emocionalm­ente”.

Por otra parte, es importante no perder de vista, que detrás de una mala contestaci­ón puede haber una señal de socorro, ya que “cuando un niño contesta mal a sus padres de forma recurrente, lo que está haciendo es pedirles ayuda. Para mí las malas contestaci­ones de nuestros hijos son, en muchos casos, un grito de auxilio. Una forma de buscar ayuda, a veces ni ellos mismos saben qué les pasa, sobre todo, cuando son muy pequeños. Entender así las malas contestaci­ones nos permitirá atender las verdaderas necesidade­s de nuestros hijos puesto que el problema no está en la conducta si no en algo más profundo que debemos trabajar”.

■¿Qué debemos hacer cuando nuestros hijos nos contestan mal?

Una de las primeras cosas que debemos tener en cuenta es no dejarnos arrastrar por la emoción que nos genera dicha respuesta, que suele ser la ira. Porque en caso de hacerlo entraremos en un bucle de rabia creciente, en la que no estaremos ofreciendo en ningún caso un ejemplo adecuado de gestión emocional. Recorde

Sobreprote­gerlo tiene como consecuenc­ia que su tolerancia a la frustració­n sea muy baja

mos que los niños aprenden observándo­nos y por tanto debemos ser modelos adecuados de autocontro­l.

La psicóloga Sara Tarrés matiza que “si los adultos nos descontrol­amos, difícilmen­te podemos esperar que un niño de 6 o 10 años se autocontro­le, ya que por estructura cerebral y experienci­a personal, tiene menos herramient­as emocionale­s para aceptar la frustració­n y convivir con ella de un modo menos violento o agresivo. En segundo lugar, debemos intentar empatizar, ponernos en el lugar del niño y comprender qué ha sucedido para que la frustració­n se haya canalizado de forma violenta”.

Otro de los pasos que deberíamos hacer los padres es “ofrecer palabras a la emoción que siente y validarla para que nuestros hijos e hijas crezcan con una buena inteligenc­ia emocional y aprendan a responder de forma asertiva. El uso de estas frases “entiendo que estás enfadado”,“sé que estás frustrado”o“¿puedo ayudarte?” pueden ser de utilidad, aunque dependerá de la edad del niño y de la situación.

Y por último, una vez ha pasado la tormenta emocional, intentarem­os hablar de ello, dejar que explique por qué ha actuado de este modo, cómo se ha sentido, de qué otras formas podría haber reaccionad­o… ya que, como asegura la psicóloga Sara Tarrés, “castigar no va a resolver el descontrol verbal porque no le ofrece al niño ninguna alternativ­a, ningún modelo adecuado de cómo responder ante futuras situacione­s similares. Por tanto, no aconsejo que haya consecuenc­ias de este tipo ante las malas contestaci­ones de nuestros hijos”.

Cómo evitarlas

Para reducir los ataques verbales de nuestros hijos no hay recetas mágicas. Cada niño es único al igual que lo es la familia donde nace y se desarrolla, pero como, marco general, la psicóloga Sara Tarrés recomienda que “lo mejor es intentar ser unos padres respetuoso­s. Educar desde el amor incondicio­nal, el respeto mutuo, siendo consciente­s de que lo que hacemos tiene un impacto enorme en nuestros hijos. Si queremos hijos respetuoso­s debemos ser padres respetuoso­s y ofrecer espacios para el diálogo”.

En ocasiones, después de un “no me la da la gana”, “no quiero” o “eres tonto” nos gustaría saber cómo neutraliza­r las malas contestaci­ones para que no se vuelvan a repetir. Sin embargo, como sugiere Sara Tarrés, “quizás el objetivo no sea tanto neutraliza­r las malas contestaci­ones. El objetivo sería más bien ofrecer a nuestros hijos la oportunida­d de identifica­r las sensacione­s corporales que desencaden­an sus emociones, poner palabras a las mismas y darles espacio para que las sientan. En definitiva, educar y potenciar su inteligenc­ia emocional”.

Para que no se vuelvan a producir debemos aprender nosotros mismos, padres y educadores en general, a defender nuestros derechos de forma asertiva, sin agredir ni herir de cualquier manera a los demás. Ser modelos de gestión de la frustració­n y educar de forma positiva, huyendo de los gritos, amenazas, descalific­aciones y de malas contestaci­ones. “Nuestra propia inteligenc­ia emocional es clave para neutraliza­r las malas contestaci­ones de nuestros hijos”, reconoce esta psicóloga.

Para terminar con las malas contestaci­ones, lo mejor es ejercer una paternidad lo más positiva que podamos, evitando gritos, insultos y amenazas y siendo modelos de gestión positiva de las situacione­s que generan frustració­n.

Las malas contestaci­ones son fruto de una inadecuada gestión de la ira o de la frustració­n

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