Ser Padres

Sexualidad

- Por Terry Gragera

Hablar de ella con los hijos.

La sexualidad suele ser un tema tabú entre padres e hijos. Sin embargo, es uno de los más importante­s desde el punto de vista educativo. ¿Desde cuándo hay que abordarlo en familia? ¿En qué momento los niños están preparados para comprender y hablar de sexo?

Cuando se le pregunta a Nayara Malnero, psicóloga y sexóloga, que a qué edad hay que empezar a hablar de sexo con los hijos su respuesta es tan concisa como inequívoca: “¡Ya!”. Para ella, que imparte talleres de educación sexual, el sexo no tiene por qué ser “un tema especial en que marcar un inicio en la conversaci­ón”. Autora del libro para adolescent­es Sexperimen­tando: aprende y disfruta (Ed. Planeta), Malnero cree que estamos llegando tarde como padres: “La mayoría de los niños de 11 años en España ya han entrado en contacto con la pornografí­a. Hay dos opciones: que a nuestros hijos los eduquemos nosotros o que los eduque el porno”, alerta.

¿Sexo o sexualidad?

Hablar de sexualidad con los hijos va mucho más allá que hablar de sexo. Cuando muchos padres se plantean la difícil tarea (sobre el papel) de abordar este tema en familia, suelen circunscri­birse a las relaciones sexuales, o incluso al coito, a los métodos anticoncep­tivos y a las enfermedad­es de transmisió­n sexual. Estaríamos en el plano del sexo. Pero cuando se trata la sexualidad en su conjunto también se incluye el peso de la afectivida­d y de las emociones, la capacidad de cada uno para ser fiel a los propios deseos y necesidade­s (sin dejarse llevar por la presión de grupo), la sana autoestima y el respeto por las opciones de los demás. Por lo tanto, con los hijos, más que de sexo habría que hablar desde un principio de sexualidad.

Cómo abordarlo, según la edad

Podemos hacer educación sexual casi desde el nacimiento, teniendo en cuenta las particular­idades y el desarrollo emocional de cada etapa.

Hasta los cuatro o cinco años. Es, aproximada­mente, hacia los 18 meses de vida cuando los bebés ya son más consciente­s de las partes de su cuerpo. En ese momento hay que aprovechar para llamar a los genitales con su verdadero nombre en lugar de inventarse otro. Es un primer paso para normalizar. Lo harán así también en el centro escolar, por lo que es bueno que familia y colegio vayan en la misma dirección. Así, los genitales externos de la niña se nombrarán como vulva y los del niño, como pene. Conforme vayan creciendo y acercándos­e a los cinco años, tendrán más conciencia de las diferencia­s anatómicas entre los hombres y las mujeres y sabrán también que se trata de partes íntimas o privadas. Hay que hacerles saber que no deben desnudarse en público. A estas edades suelen preguntar mucho por el embarazo (“¿por dónde nací yo?”, “¿dónde estaba antes de entrar en tu tripa”?, “¿por qué estaba en tu tripa?”…). Adaptándos­e a su edad, hay que explicarle­s el tema. Dependerá mucho de la madurez del niño, pero en esta etapa la explicació­n puede simplifica­rse sin muchos detalles que no va a comprender. Por ejemplo, se les puede decir que el niño crece en la tripa de la madre y que cuando ya es mayor sale por la vagina.

Entre los seis y los nueve años. A estas edades las preguntas se hacen cada vez más complejas. Comienzan a estar más atentos a las referencia­s sexuales que ven en su entorno y que en muchas ocasiones les provocan confusión e ideas erróneas. Esta es una etapa crucial en el desarrollo saludable de la sexualidad del niño. Es cuando se van a forjar las bases de la confianza entre padres e hijos, también en este tema tan importante. Por ello, hay que transmitir­les que los padres están ahí, disponible­s, para resolverle­s cualquier duda que tengan, también en este aspecto. Para Nayara Malnero, “la informació­n siempre es poder. Sin embargo sí existen algunas nociones imprescind­ibles como conocer los cambios puberales (crecimient­o, menstruaci­ón, cambios de voz…) mucho antes de la pubertad”. Sería este el momento de darles esta informació­n y de cerciorarn­os de que la han entendido.

Entre los nueve y los doce años. Los niños se preparan para comenzar los grandes cambios que vivirán tanto en su cuerpo como en su mente y en sus emociones con la adolescen

cia. En este momento, algunos comienzan a autoexplor­arse y reclaman más intimidad; puede también que se fijen en alguien y que experiment­en por primera vez el enamoramie­nto. A esta edad, la base de la educación sexual ya debería estar bien establecid­a. Además de las conversaci­ones y la accesibili­dad de los padres para tocar estos temas, su propio ejemplo como pareja es fundamenta­l ahora.

A partir de los doce años. Los cambios propios de la adolescenc­ia traen también un despertar en la sexualidad de muchos jóvenes. Según la Encuesta Nacional sobre Sexualidad y Anticoncep­ción (2019), la edad media de inicio de las relaciones sexuales está en los 16,7 años en España. Por eso la experta Nayara Malnero recomienda que reciban informació­n sobre los riesgos sexuales “mucho antes de que exista la posibilida­d de tener las primeras relaciones de pareja”. Para muchos padres este es un momento complicado, pues no han tratado antes el tema y se encuentran de repente con que tienen que hablar a sus hijos de anticoncep­ción, de embarazo y de relaciones sexuales. “La mayoría de los padres llegan tarde porque esperan a que ‘ya sea urgente hablar’, como en la adolescenc­ia. La informació­n hay que tenerla ‘antes de’. Por eso al llegar a la adolescenc­ia deberían tener el máximo de informació­n posible”, recalca la experta.

Errores que hay que evitar

Muchos padres tienen dificultad­es a la hora de hablar con sus hijos de este tema. Sin embargo, hay que tratar de evitar errores como estos:

Mentir sobre lo que se les pregunta.

responder a las preguntas (así se hace crecer al tabú).

Ridiculiza­r a los hijos ante sus preguntas o transmitir­les que su curiosidad es insana (“eres demasiado pequeño para saber eso”, “mira qué adelantada…”, “a ti que te importa eso…”).

Contar metáforas sobre el acto sexual como la cigüeña o que los niños vienen de París.

Darles más informació­n de la que son capaces de entender por edad (es mejor que sea el niño el que siga preguntand­o si quiere saber más). t Burlarse si las preguntas son disparatad­as. tMostrarse

esquivos, incómodos o avergonzad­os ante las preguntas de los hijos. tAcabar

la conversaci­ón atropellad­amente (es aconsejabl­e que al final de la charla los padres pregunten si los hijos lo han entendido todo y que se muestren accesibles para una nueva ocasión).

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