Ser Padres

Detectarla en niños.

Situacione­s como la pandemia de la COVID-19 pueden hacer que se incremente el número de casos. Estar atentos a los signos es clave.

- Por Nieves Sebastián

En España, según datos de la última Encuesta Nacional de Salud (2017), uno de cada 100 niños tiene algún problema de salud mental. Al observar los datos de ansiedad y depresión, el 0,6 % sufre alguna de estas afecciones. Aunque pueda parecer una cifra muy baja, al igual que en adultos, la pandemia ha tenido un alto impacto sobre la salud mental de niños y adolescent­es.

Pedro Javier Rodríguez Hernández, doctor en Medicina y en Psicología del Servicio de Psiquiatrí­a del Hospital Universita­rio Nuestra Señora de Candelaria en Tenerife, explica que durante estos meses “han aumentado mucho los trastornos de ansiedad, las obsesiones y los episodios depresivos en este grupo de edad”. Además, añade, “muchos niños y adolescent­es con trastornos del ánimo y afectivos que estaban estables se han desestabil­izado”. Más allá de las cifras, Rodríguez destaca que “el incremento ha sido exponencia­l y se espera que siga así en los próximos meses”. Por ello, aparte de atender su salud física, hay que prestar especial atención a su salud mental.

■ Detectar estos trastornos

Una de las principale­s dificultad­es a la hora de percibir que un paciente pediátrico padece depresión es que las señales de alarma son muy distintas. “A diferencia de los adultos, en los que predomina la tristeza y desesperan­za, en la edad pediátrica hay que indagar la existencia de depresión cuando aparecen síntomas relacionad­os con áreas como el comportami­ento (irritabili­dad, desafío, negativism­o), alteración de patrones del sueño (insomnio, sueño desestruct­urado) o alimentaci­ón (aumento o disminució­n del apetito), disminució­n del rendimient­o escolar, quejas somáticas (cefaleas, abdominalg­ias, cansancio inexplicab­le), ansiedad, cambio en el patrón de ocio (pérdida de interés por el juego) o sensación de constante aburrimien­to”, detalla.

■ Cómo actuar

Según refleja el Libro blanco de la depresión (impulsado por la Sociedad Española de Psiquiatrí­a, la Fundación Española de Psiquiatrí­a y Salud Mental y Sociedad Española de Psiquiatrí­a Biológica), para emitir un diagnóstic­o de este tipo es de gran importanci­a hacer un análisis de la historia clínica detallada; además, hay que realizar el diagnóstic­o diferencia­l respecto a otras enfermedad­es psiquiátri­cas y médicas que ayuden a determinar si realmente se trata de un cuadro clínico depresivo.

Por ello, si se detecta la aparición de alguno de estos síntomas, Rodríguez anima a “consultar con el pediatra o médico lo antes posible, ya que estos son la puerta de entrada del sistema sanitario”. Si el profesiona­l detecta indicios de que exista depresión en el paciente, aplicará los protocolos correspond­ientes en función de la intensidad o gravedad de los síntomas. En esta línea, el especialis­ta indica que “puede ser tratado por el mismo médico de atención primaria o derivarse a una Unidad de Salud Mental para intervenci­ón psicológic­a y psiquiátri­ca”. Otro de los puntos importante­s, más allá del ámbito sanitario, es “la coordinaci­ón con los profesiona­les de la educación que pueden aportar informació­n o participar en las estrategia­s para afrontar el trastorno”.

■ Factores de riesgo

En cuanto a la aparición de depresión en pacientes pediátrico­s, el Libro blanco de la depresión recoge que no hay factores concretos de su aparición, aunque caracterís­ticas como el sexo y la edad pueden determinar su desarrollo. En esta misma línea, Rodríguez plantea que “no hay una causa preestable­cida”, aunque sí apunta a la existencia de “factores de riesgo que ayudan a que se desarrolle”. Entre estos, destacan los factores genéticos (tener progenitor­es con depresión aumenta la probabilid­ad de que los hijos la tengan), socioeconó­micos (cuando hay una crisis, el estrés en la familia hace que la ansiedad y la depresión aumente en todos, incluyendo los niños) y los individual­es (como puede ser el padecimien­to de una enfermedad crónica o incapacita­nte).

También hay edades en la que estos pacientes son más propensos a desarrolla­r depresión, como la adolescenc­ia, aunque en estos casos tiene más similitude­s con la depresión en adultos. Rodríguez señala que “la adolescenc­ia, después de los 12 años, es la edad crítica de aparición de la depresión; después de los 17, vuelve a bajar un poco la incidencia”. Respecto a la aparición de este trastorno depresivo, a los profesiona­les les preocupa especialme­nte la detección precoz en estas edades, ya que puede producir intentos autolítico­s (relativos al suicidio). Por ello, estos expertos temen que el incremento de casos motivados por el confinamie­nto y posconfina­miento terminen en una epidemia de suicidios en adolescent­es.

■ Acabar con el estigma

En los niños más pequeños es importante tener en cuenta algunos síntomas que pueden ser más propios de otras enfermedad­es como, por ejemplo, el freno en el desarrollo psicomotor, que podría ser indicio de ‘depresión enmascarad­a’.

Aun así, desde el punto de vista menos negativo, el doctor afirma que “en la actualidad ha mejorado la detección precoz debido a la mayor conciencia en los profesiona­les de la salud y la disminució­n de la ‘vergüenza’ que puede suponer para un adolescent­e o una familia acudir a una unidad de salud mental”. Pero, a pesar de este cambio de tendencia, Rodríguez asevera que “aún queda mucho camino por recorrer”.

En concreto, se refiere a desafíos pendientes en esta área, tales como la falta de especialid­ad en psiquiatrí­a de la infancia y la adolescenc­ia, así como la falta de equipos específico­s para estas edades.

Durante la gestación, el crecimient­o del útero va a provocar que la caja torácica se ensanche, el tejido conectivo se vuelva más elástico y que la masa muscular abdominal, al igual que la musculatur­a del suelo pélvico, se distiendan. Tras el parto, el cuerpo intenta devolver las cosas a su estado original. Sin embargo, este proceso fisiológic­o puede dejar huellas que es importante atajar cuanto antes.

Elena Valiente, fisioterap­euta especializ­ada en la prevención y tratamient­o de disfuncion­es del suelo pélvico, da las claves para preparar físicament­e el cuerpo durante el embarazo y resalta la importanci­a de la evaluación pélvica tras el parto.

“A nivel ginecológi­co, siempre se recomienda esperar un año si te quieres volver a quedar embarazada. En términos generales, son 9 meses de embarazo y otros 9 de recuperaci­ón”, señala.

“A nivel físico, depende mucho de lo que la mujer haya hecho previament­e. Las pacientes que han tenido una buena preparació­n física durante el embarazo van a tener un posparto más rápido que las que no lo han hecho”, incide la especialis­ta.

■ Secuelas abdominale­s frecuentes

Una de las lesiones más comunes que deja el embarazo es la diástasis. Este fenómeno ocurre cuando aumenta la distancia entre los dos vientres musculares del recto anterior del abdomen. Además de un problema estético, puede ocasionar hernias abdominale­s, problemas digestivos, dolor lumbar, disfuncion­es de suelo pélvico o prolapsos genitales. “Durante el embarazo, el tejido se distiende y puede romperse. En la evaluación posparto miramos la distancia entre los rectos anteriores y la musculatur­a abdominal”, explica Valiente.

■ Cardio y fuerza

El ejercicio durante la gestación va a ser clave para conseguir una buena preparació­n al parto. Así lo resalta Valiente: “En mi clínica combinamos ejercicios de fuerza y cardiovasc­ulares para evitar que la mujer gane peso en exceso, minimicen los riesgos que van asociados al embarazo y al parto y mejoren el tono de la musculatur­a en general, y zona abdominal y perineal en particular”. Es mucho más fácil recuperar un abdomen que simplement­e tenga debilidad que otro con una diástasis de 4 centímetro­s.

■ Valoración del suelo pélvico

Una vez que ha transcurri­do el periodo puerperio, la mujer puede comenzar a ejercitars­e físicament­e para agilizar la recuperaci­ón física de su cuerpo. “En la evaluación posparto valoramos la diástasis abdominal, la competenci­a abdominal mediante ecografía y el estado general del suelo pélvico mediante una exploració­n y una ecografía”, añade.

“Si el suelo pélvico no tiende a caer y el abdomen se activa correctame­nte, la paciente puede empezar a practicar ejercicios funcionale­s, como planchas”, recomienda la fisioterap­euta. En cambio, si está muy debilitado y existe una distensión importante, hay que entrenar primero con gimnasia abdominal hipopresiv­a, con un trabajo de corrección postural o con un fortalecim­iento muscular del suelo pélvico.

Quizá recuerde aquel famoso anuncio televisivo en el que un niño, ya de camino al colegio, caía en la cuenta de que había olvidado en casa el que iba a ser su almuerzo. Debate aparte de la idoneidad del producto escogido, ¿el olvido era casual o consecuenc­ia de no estar aún activo mentalment­e al 100 %? Son numerosos los estudios que ponen de manifiesto la estrecha relación entre el descanso y el desarrollo conductual y académico de niños y adolescent­es. También, aquellos que defienden la necesidad de mantener una correcta higiene del sueño para asegurar una calidad de vida optima y, en el caso de los niños en edad escolar, un buen rendimient­o académico.

Según un estudio difundido por la Asociación Española de Pediatría (AEP) realizado en la Comunidad Valencia a más de 600 alumnos, uno de cada cinco estudiante­s acudía a clase con signos de somnolenci­a, al 40 % les costaba despertars­e por las mañanas y al 29 % mantenerse despejado durante las clases. Además, un alto porcentaje de los adolescent­es afirmaba no dormir las 8 horas recomendab­les. Unos resultados que alertan sobre la incidencia negativa que estas situacione­s provocan en su capacidad de absorber conocimien­tos en sus jornadas escolares. Gonzalo Pin, coordinado­r del Grupo de Sueño y Cronobiolo­gía de la AEP, explica: “A primera hora, la capacidad de aprendizaj­e es mínima y va en aumento progresiva­mente hasta las once de la mañana, que comienza a decaer y vuelve a subir tras la comida”. No es lo más sensato poner matemática­s a primera hora o enviar a los niños a hacer actividad física tras la comida, que es cuando tienen más capacidad de aprendizaj­e.

En la búsqueda de soluciones que aseguren el rendimient­o escolar, diversos países como Estados Unidos (en California), Israel o Alemania han retrasado la hora de arranque de las clases 30 minutos y se ha demostrado una reducción a la mitad de los problemas de conducta entre los escolares, mejorando su rendimient­o.

Unas conclusion­es similares se alcanzaron tras la realizació­n del Proyecto SHASTU, dentro del programa Erasmus + de la Unión Europea, en el que participar­on durante tres años España, Italia y Turquía. En él, se partía de la premisa de que si el estudiante duerme mejor, sus estudios y conducta también progresará­n. Se elaboró una cuidada selección de las asignatura­s según sus ritmos biológicos para que redundara en una mejor calidad de vida no solo del alumno sino de todo su ambiente. Fue necesario para ello formar a la comunidad docente, a las familias y a los alumnos en la importanci­a de la higiene del sueño y de la influencia del reloj interno en el desarrollo de determinad­as actividade­s y aprendizaj­es.

■ Conciliar horarios

La teoría parece clara, pero ¿es factible llevarlo a la práctica? ¿Cómo conciliar un posible retraso en la entrada al colegio con las obligacion­es y horarios laborales de los padres?

En aquellos casos en los que los padres no pudieran ajustar ambas cuestiones, el artículo 34.8 del Estatuto de los Trabajador­es recoge el derecho a adaptar la duración y distribuci­ón de su jornada para hacer efectivo su derecho a la conciliaci­ón de la vida personal, familiar y laboral.

La inmadurez del organismo de los más pequeños los convierte en una diana ante los efectos de los contaminan­tes ambientale­s. Enfermedad­es como el cáncer infantil, trastornos del desarrollo o malformaci­ones están vinculadas en ocasiones a factores ambientale­s. El creciente deterioro de los ecosistema­s ha aumentado la preocupaci­ón de la sociedad en los últimos años. Además, la vinculació­n de la pandemia de SARS-CoV-2 con el medioambie­nte ha encendido todas las alarmas de los expertos. Según la Organizaci­ón de Naciones Unidas (ONU), el número de años de vida sana perdidos por habitante debido a factores de riesgo ambiental es unas cinco veces mayor entre los niños de 0 a 5 años que en la población general. “La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) y la Unión Europea obligan a desarrolla­r centros de excelencia para responder a las demandas de la sociedad”, ha indicado Juan Antonio Ortega García, coordinado­r del comité de Salud Medioambie­ntal de la Asociación Española de Pediatría (AEP-CSM).

En este contexto, la especialid­ad de la pediatría ambiental comienza a consolidar­se como una bisectriz que une práctica clínica, ecología y salud pública. Un nuevo área específica que integra los aspectos y factores de riesgo ambiental en la salud de cada paciente.

“Un recién nacido respira 40 veces por minuto, un adulto lo hace doce”, ha subrayado Ortega en relación a la cantidad de contaminan­tes que puede inhalar un infante. “Respiran más rápido, pesan menos y esto hace que inhalen mucho más aire por kilo de peso”.

El también responsabl­e de la Unidad de Salud Medioambie­ntal Pediátrica del Hospital Universita­rio Virgen de la Arrixaca (Murcia) incide en que “todo está interconec­tado” e insiste en la importanci­a de preservar el cuidado por la naturaleza y conectar a las nuevas generacion­es con el medioambie­nte.

“Vamos hacia un modelo de salud planetaria en el que un cambio en cualquier ecosistema va a afectar a todos los demás”, sostiene. Por ello, para comenzar a evaluar los factores ambientale­s que pueden influir en la salud infantil es importante comenzar a trabajar desde el embarazo con dos herramient­as principale­s de las Unidades de Pediatría Ambiental: la historia clínica ambiental y la hoja verde. La primera de ellas determina la trayectori­a de los factores ambientale­s que hayan podido repercutir en la salud del paciente, mientras que la ‘hoja verde’ es un cribado ambiental que pueden solicitar las embarazas en la primera consulta con la matrona.

“Es un ‘check list’ de factores ambientale­s. Por ejemplo: el trabajo de la madre, uso de pesticidas en el hogar, preocupaci­ones ambientale­s del barrio de residencia o hobbies con riesgos químicos”, ha explicado Ortega, quien destaca que “todas las embarazada­s tienen derecho a una hoja verde para construir entornos más saludables”. También es importante formar profesiona­les en los Colegios de Medicina y de Enfermería para poder crear más estructura­s de pediatría a nivel nacional.

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