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A nadie le quedaban mejor las gabardinas que a Cruyff

Una insolencia (Libros del K.O.)

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Lo que más envidio de Cruyff era su indiferenc­ia absoluta al juicio de los demás. Quizás por eso a él le quedaban tan bien las gabardinas y a mí me recibe un coro de risas cuando entro a la redacción con una. Johan era tan elegante que seguía pareciendo un adulto respetable con un chupa-chups en la boca. La seguridad es elegante. La autoconfia­nza entra por los ojos. Y la seducción tiene mucho poder. Ya lo dice

Manuel Jabois: la mayor conquista de la vida adulta es atreverse a ser uno mismo. Y a Cruyff le sobró valentía toda su vida.

Todos los de su generación querían parecerse a él. Querían su peinado. Querían su éxito. Querían su camiseta de Holanda del 74. Y querían no tener miedo como él.

Johan se convirtió pronto en un reclamo de la cultura pop, pero cuentan en su familia que habría sido un completo hortera sin su mujer Danny Coster. En la casa que compartían en El Montanyà, al lado de los Carabén, se escuchaban discos de Nat King Cole y Julio Iglesias. Y no había día que Cruyff, antes de salir de casa, no se plantara delante del espejo y le preguntara a Danny:

-¿Hoy qué me pongo?Me lo contó su hija Susila con el mismo picante que gastaba su padre. “Mira, te digo la verdad, él era consciente de que no tenía gusto. Pero le gustaba ir guapo. Fíjate que cuando era entrenador todos iban en chandal menos él. Yo igual lo vi una vez en mi vida con tejanos. Mi padre sabía que mi madre tenía buen gusto y le preguntaba cada mañana. Cuando esto no pasaba hacía unas combinacio­nes horribles”.

Susila me confesó dos cosas más. Que Johan era como un niño grande que disfrutaba haciéndole trastadas. Y que Danny lo ponía en su sitio cuando se venía arriba. Puede que fuera la única persona en el mundo con esa autoridad y atrevimien­to con Cruyff.

Ella y Romario, claro, que nunca permitió que nadie le dijera cómo tenía que hacer las cosas. “Tú no eres mi padre. Yo he ganado un Mundial y tú no”. Así se las gastaba O baixinho. A los dos les unía esa insolencia. Nunca necesitaro­n la aprobación de los demás. Y así entendían el fútbol: jugaban cómo lo sentían. Y lo sentían disfrutón. Por eso cuando se juntaron en el Barça nos llenaron los ojos y las ilusiones.

“La tristeza histórica de los azulgrana se esfumaba. Aquellos millonario­s no salían al campo a sufrir, salían a pasárselo bien. Y eso se notaba. Eso lo recuerdo. Sudaban la camiseta como la sudan los actores porno”. Así rememora ese equipo

Marcos Abal, que nació en Pontevedra pero creció maravillad­o

por el Dream Team, en el libro `Una insolencia' (Libros del K.O.).

Abal parte de la mirada inocente del niño (“entiendo lo suficiente­mente poco de fútbol como para poder disfrutarl­o”) para luego tratar algunos de los grandes temas con retranca gallega.

“El fútbol no puede hacer feliz al que no lo es o no puede serlo; y quizás nadie pueda serlo, pero al menos, puede hacer que lo parezca, sobre todo ante sí mismo, que es lo que viene importando. Tiene algo de lo que aportan las drogas pero sin su destrozo en salud ni su mala reputación. Los domingos sin fútbol son los domingos más domingo”.

El libro recuerda con fascinació­n de niño y retranca gallega el carácter de Johan y el fútbol del ‘Dream Team’

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