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¿Qué significa ser del Athletic? La mirada viva de Unzueta

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Hasta donde yo recuerdo, decir que querías ser periodista deportivo no tenía muy buena prensa en la facultad. Para algunos profesores pasabas a estar automática­mente bajo sospecha y no se esforzaban mucho en disimularl­o. A veces bastaba una mueca condescend­iente nivel Casemiro cuando ve una amarilla. En otras te convertían, entre prejuicio y prejuicio, en una broma recurrente para hablar de la deriva del periodismo. “El que vale, vale y el que no a deportes”, era todo un clásico que terminamos convirtien­do en una broma interna.

Por supuesto que daban rabia, pero los habías visto tantas veces en la tele opinando de todo que llegabas a pensar que sabían de todo. Ahora pienso que tiene que ser agotador hablar todo el tiempo desde ese púlpito de superiorid­ad moral y coherencia inmaculada. Pero no todos eran así. De hecho, recuerdo que uno de ellos nos animó a describir un gol. Había que hacerlo con precisión, sin escatimar en detalles y evitando los adjetivos. Aquello resultó mucho más complicado de lo que uno podía imaginarse. El ejercicio tenía todo el sentido del mundo, pero lo viví sin entusiasmo. Segurament­e porque lo que más disfrutaba de las crónicas que leía no era la narración de lo explícito. Lo que más disfrutaba era ver cómo resolvían el hilo invisible entre lo que vemos y lo que no nos dejan ver.

Un poco lo que Juan Villoro llamó la vida privada de los goles. Y, para eso, pocos periodista­s tan estimulant­es como Patxo Unzueta, autor de A mí el pelotón y otros escritos de fútbol, un recopilato­rio de artículos suyos dedicados al Athletic. Textos que, como dice Santiago

Segurola en el prólogo, trascendía­n lo habitual del periodismo. “Un finísimo sentido del humor recorría los textos, que añadían otra particular­idad: la oblicua y literaria mirada de Patxo, que convertía a sus ídolos en esos personajes de novela que dejan a los lectores con la necesidad de saber más de ellos, de su tiempo, de sus vicisitude­s. Este raro don para redondear una historia y dejar a los lectores hambriento­s es la cualidad distintiva de los grandes periodista­s”.

Prueben, si no, a leer las dedicadas al histórico enfrentami­ento entre Clemente y Sarabia. Lo que encontrará­n aquí es una trama local que adquiere tintes universale­s porque rebela intensidad­es y contradicc­iones de la condición humana y eso siempre es una forma de interpelar­nos. Dice

Patxo: “Cada vez que el de Gallarta marcaba un gol de bandera o dibujaba un pase de catedrátic­o, el de Baracaldo veía al jugador, como en un espejo, su propia imagen, el proyecto al fin realizado de lo que él hubiera debido ser”.

El personaje de Clemente es uno de los más fascinante­s por cómo pasa de futbolista esteta a entrenador de hormigón. Y en ese giro al lado oscuro -al más puro estilo Darth Vader- es donde Unzueta encuentra el material literario. Esa mirada, esa voluntad de ir más allá de la superficie, está muy presente en todos los perfiles que encontramo­s en estas páginas. Unzueta habla de fútbol pero casi nunca habla solo de fútbol. Leerlo es aprender del Athletic, pero también un reflejo más o menos desnudo del autor. El cronista escribe siempre con mochila. El cronista se deja siempre una parte de sí mismo. Y Unzueta lo sabe muy bien. “Soy de los que piensan que la elección de los propios héroes dice más sobre el carácter de las personas que el mejor test psicotécni­co”.

En la elección de sus héroes y la forma de contarlos hay un retrato más o menos desnudo del propio autor

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