Sport

Pogacar tira de épica

El esloveno inicia el año con victoria en solitario tras atacar a 80 km de meta

- SERGI LÓPEZ-EGEA

No hay tiempo ni para preparar la comida. No hay regla de conciliaci­ón que valga. Ni siquiera el bello arte de cerrar los ojos pensando en que quedan 80 kilómetros para la meta y que es un instante plácido para relajarse y comenzar a meditar la crónica a escribir. Con Tadej Pogacar en acción vale cualquier cosa menos el aburrimien­to y hay que olvidarse de comer o tomar un tentempié pensando que la carrera acaba a las 5 de la tarde. Hasta podrá parecer, en el buen sentido de la palabra, que es un chalado sobre una bici, donde no cuenta el ahorro y sólo vale reventar o morir en el intento. Y, encima, le da igual el terreno, que se circule por una autopista hasta meta o que se ruede por caminos de tierra, embarrados, con piedras y agua, de los que manchan la bici y de los que obligan al máximo esfuerzo, como son las rutas blancas de la Toscana. Quedan 80 kilómetros para que termine la Strade Bianche, a la que algunos denominan como ‘El Infierno del Sur’, y donde se cambian los adoquines de Roubaix por tramos sin asfaltar que se denominan ‘sterrato’, una delicia a velocidad más calmada y montando una bici de gravel con ruedas más gordas y menos finas que las que lleva Pogacar para apuntarse una nueva hazaña. A él, francament­e le da igual, ni se gira, se levanta un poco del sillín, cambia el ritmo, se queda solo y se marcha hacia la gloria para conquistar por segunda vez, la primera fue hace dos años, la clásica toscana, estreno y primera victoria del año.

Poco o nada le importa que sea su debut, que todavía no se haya colocado un dorsal a la espalda. Ni necesita saber cómo están los demás porque ya los conoce y porque los ha visto en febrero por la tele. Y porque el que más le preocupa, Jonas Vingegaard, casi el único con permiso de Primoz Roglic y Remco Evenepoel, no se ha sacado el billete para correr la Strade Bianche, al igual que el resto de fantástico­s. Con 80 kilómetros para la meta resulta absurdo plantearse si es un ataque para probarse un rato. Eso es para otros, para los corredores normales, pero no para Pogacar. Tal es su poderío que cuando restan 56 kilómetros para que acabe la carrera los perseguido­res se miran entre sí y ya dan por resuelta la prueba. Se quitan los chubasquer­os, relajan la espalda, beben de los bidones mientras él sigue su frenética carrera.

Van cayendo los minutos. Pogacar a su rollo y los demás a luchar por la segunda plaza que realmente poco importa en carreras de un día. Hasta se permite saludar a un grupo de seguidores eslovenos, con las banderas del país, que se ha desplazado a Italia sabedores de que su paisano les iba a dar la primera alegría del año.

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Tadej Pogacar, en el inicio de la etapa de ayer

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