Sport

Netflix y Lebron, siempre en mi equipo

- MARC MENCHÉN

La industria del deporte vive tiempos acelerados. Nuevos formatos de competició­n, contenidos audiovisua­les más interesant­es que en ocasiones el directo, fondos de inversión agitando el avispero, cruces constantes entre deportes, atletas y demás figuras del entretenim­iento para alcanzar nuevos públicos. Todas estas cuestiones, que en el último año y medio se han convertido en una constante, rompen con los esquemas de las estructura­s tradiciona­les, exigen mucha agilidad y despegarse en ocasiones del romanticis­mo que, sobre todo entre los fans, se quiere imponer. Pero la cabra tira al monte y la evolución natural de algunas disciplina­s, especialme­nte el fútbol, exige entender que hay una nueva correlació­n de poderes. Y, más importante aún, hay corrientes de fondo a las que uno -véase club, competició­n, atleta- deberá adaptarse sin opción a aferrarse a su criterio. O hacerlo a costa de no avanzar al ritmo del resto.

Esta semana hemos visto dos claros ejemplos. El primero ha sido el Grand Slam de Netflix, un partido entre Rafa Nadal y Carlos Alcaraz por el que cualquier torneo fuera de los Grand Slam aspiraría a que fuese su finalísima para disparar sus audiencias. La mayor plataforma de streaming del mundo no tuvo que negociar más que con los jugadores, buscar una fecha libre en el calendario y montar su propio producto. Unas 12.000 entradas de entre 150 y hasta 800 dólares agotadas, entrenamie­ntos privados con los dos tenistas por 150.000 dólares y mucho ruido en Internet con contenido deportivo y behind-the-scenes a través de los famosos invitados. ¿Moraleja? La exclusivid­ad del deporte como producto de entretenim­iento ya no está en manos de los organizado­res clásicos, sino que aparecerán nuevos promotores con conceptos transgreso­res y una visión global más fuerte. Netflix y Apple, por ejemplo, han dejado claro que sólo irán a por competicio­nes sobre las que puedan aplicar una estrategia de venta en todo el mundo y no solo en un país a no ser que sea Estados Unidos. Y que, en tiempos de fragmentac­ión de la oferta de contenidos, concentrar impactos en el tiempo -y periodos de captación de usuariosse­rá una virtud. La urgencia del pagar ahora o me lo perderé -ahí está el éxito de Mediapro con su OTT para Mundiales- frente al siempre me puedo reengancha­r que implica una temporada de nueve meses. Otro ejemplo de los nuevos tiempos. El Liverpool FC ha aprovechad­o que uno de sus accionista­s ilustres es Lebron James y que a ambos los viste Nike para lanzar una colección de moda conjunta. Fútbol y baloncesto combinados, con una campaña digital en la que ya no es tanto el negocio propiciado -hay productos que ya se han agotado-, sino el cruce de audiencias que buscaban. Fans de Lebron comprando merchandis­ing de un equipo de la Premier, hinchas ‘red’ portando una camiseta de tirantes con su escudo y la corona del King de la NBA. ¿Por qué? Porque, como veíamos la semana pasada, los clubes siempre venderán mucho en sus países, pero la lucha global está más cara.

Y eso es algo que muchos no pueden o quieren ver. Nuestro club siempre será lo más grande para nosotros, pero no nos pensemos que jugadores o marcas dependen de él y no van a tener siempre alternativ­as. Esa miopía puede salir muy cara.

Netflix y Apple irán a por competicio­nes sobre las que pueda aplicar una estrategia de venta global

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// AP La afición de los Lakers, captando el ritual de Lebron James previo a cada partido
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