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DE FUTBOLISTA A NOTARIO

El exjugador de Valencia y Espanyol atendió a SPORT para hablar sobre su particular retiro, la importanci­a del estudio y su actualidad en la notaría que dirige en Barcelona. El Barça intentó ficharle en su etapa juvenil, pero llegó antes la oferta che

- SEBASTIÁN VARGAS ROZO

Lunes de oficina. Cotidianid­ad matutina. Papeles y llamadas se suceden en el despacho notarial de Borja Criado Malagarrig­a (Barcelona, 1982). Habitual, por lo demás, porque desde 2014 opera en el centro de la ciudad. Entre los despreveni­dos trámites, el detalle inusual siempre salta a la vista: una camiseta del Espanyol que adorna una esquina. “Con los veteranos del club entrenamos de vez en cuando en la ciudad deportiva. Esa camiseta me la regalaron ellos porque les hice un favor”, dice Borja, con la sonrisa que da recordar su vida antes del escritorio. Porque un futbolista notario no se ve todos los días.

Fue casi una década, la primera del 2000, entre vestuarios y campos españoles. “Con 17 años era juvenil. Había jugado en el Espanyol y luego me fui al Europa. Me suben al primer equipo y el Barça me empezó a seguir, pero no me decían nada. Entonces el primero que me hizo una oferta fue el Valencia. Pájaro en mano. Luego vino el Barça y vino el Mallorca, pero yo ya tenía el compromiso”.

DESCUIDO Y DOPAJE Promesa del CE Europa, debut en el Valencia, años en el Espanyol y traspaso al Ciudad de Murcia -luego Granada 74-, su último club antes del tempranero retiro. Era 2008. “Yo tomaba un producto llamado Propecia, con el que empecé en Valencia cuando tenía veinte años. Había sido futbolista, estudiaba... tenía mucho estrés. Empecé a perder pelo y un amigo dermatólog­o me lo recomendó. Hablé con los médicos y me lo autorizaro­n. Pero en el séptimo año como profesiona­l ficho por el Ciudad de Murcia. Y ahí pasaron dos cosas: primero, que de repente lo prohibiero­n, y segundo, me olvidé de comunicárs­elo al médico”, lamenta. Entonces, la finasterid­a fue señalada como sustancia vetada. “Lo prohibiero­n ese año porque entendían que podía ser enmascaran­te. En ese momento me pilla a mí el proceso”, explica. Al cabo de un año se autorizó de nuevo, pero ya no había vuelta atrás. “Fueron inflexible­s y me cayó una sanción de dos años”. A partir de ahí, la carrera fue para demostrar su inocencia. Y lo logró, aunque no como le habría gustado. “Lo que más me cabrea de mi historia es que yo, cuando sigo recurriend­o a la justicia ordinaria, hay un tribunal en Madrid que me absuelve años más tarde. Mi abogado me comentó que tenía derecho a daños y perjuicios. Y el juez que resuelve esto me dijo que no había lugar porque la acción había prescrito. Es decir, se inventaron una excusa para no pagarme. Era inocente, pero no me compensaro­n”, puntualiza, matizando con la poca confianza en las institucio­nes deportivas. “Son políticas. En los casos de dopaje, el abogado que acusa y el juez es el mismo. Eso no es independen­cia”. Habla con la propiedad de los libros. Compaginó goles y asistencia­s con el estudio de Derecho, carrera que logró sacar adelante. “Mi padre siempre me dijo una frase cuando era joven: ‘No te olvides de que eres un tío que está estudiando y esa es tu prioridad, y que por las tardes juegas al fútbol’. Cuando firmé por el Valencia, me cambió el planteamie­nto: ya era un futbolista que, si quería, podía estudiar por las tardes”. Y lo hizo, orgullosam­ente. “A mí el haber estudiado me hizo ser mejor jugador de fútbol. Y mira que yo mi vida la empecé a encauzar cuando terminé la carrera de futbolista. Pero estudiar te da mucho”, analiza.

“MI VIDA LA EMPECÉ A ENCAUZAR CUANDO TERMINÉ LA CARRERA DE FUTBOLISTA. PERO ESTUDIAR TE DA MUCHO”, APUNTA

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