Vivir sin Johan ni Txiki, un desierto para Joan Laporta
Tras otro sainete digno del fútbol de los 90, Joan Laporta abonó un mensaje el jueves. Con Hernández reinvestido a su izquierda, el presidente avisó: “No le vamos a dar el gusto a quienes quieren reventarlo todo. No hemos ganado, pero veo cosas para seguir creyendo en el proyecto”. Defendió la estabilidad y una mirada más amplia. Laporta ha tardado tres años de viaje en bajar, al menos de palabra, la pelota al piso. Del “perder tendrá consecuencias” a un análisis más acorde al sentido común. Al menos, aparentemente. Desde luego, lo ha hecho tras dudar de todo - también de Xavi - y sin que, a día de hoy, exista la certeza de si lo mantendrá cuando esto se vuelva a calentar. Si la fe, pese a la temporada en blanco, permanecía intacta, ¿por qué se filtró el nombre de Márquez después del adiós ante el PSG? O ¿por qué hubo directivos que salieron de la junta viendo a Xavi más fuera que dentro?
Laporta tuvo siempre paciencia con los entrenadores. La tuvo para sostener a Rijkaard, casi con Scolari en la puerta; la tuvo para alargar a
Rijkaard durante la caída de
Ronaldinho y la exhibió para no precipitarse con Mourinho, a quien media directiva defendía por delante de Guardiola. Puso a Pep y se coronó. En general, y pese a las dimisiones - cuatro en 2005 y nueve en 2008 -, su primer mandato deportivo destiló resiliencia, determinación y acierto. Muy lejos de este remake. No creía en
Koeman y lo arrastró hasta fichar a
Xavi muy tarde. Semanas antes dejó caer que andaba verde. Y se le cuentan ya tres directores deportivos. Se sabía que la vida sin Johan Cruyff ni
Txiki Begiristain iba a ser complicada. Para el presidente está siendo mucho más que eso. No ha dado con el recambio. Porque, seguramente, no lo haya.