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Y CON EL CULO ASÍ HOY HASTA VALLADOLID

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Palizón en el cuerpo pero la moral de haber sobrevivid­o a la ruta inicial hace que “la grupetta” avance a paso firme de Burgos a Valladolid (150 km). No es tan llana Castilla cómo dicen…al menos en esta zona salpicada de repechos. Lo que más llamó la atención del día fue la parada en un pueblo palentino llamado Baltanás. ¡Todo el pueblo estaba esperando…incluso los niños de la guardería preparados todos para hacerse una foto con el campeón! La sorpresa fue ver que entre la comitiva que nos recibió estaba otro mito del deporte español, Mariano Haro, el atleta que fue cuarto en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y que había conducido 50 km para saludar a Induráin. En Valladolid tuvimos la agradable visita del selecciona­dor nacional de ciclismo Javier Mínguez. La que sí fue completame­nte llana fue la tercera jornada con final junto al Acueducto de Segovia (127 km). Fue una etapa futbolera y es que sobre la ruta desde el coche de apoyo nos iban dando las novedades de la movida de la Selección Española y el cese de Julen Lopetegui como selecciona­dor. Por cierto, Induráin nos contó que a Julen le gusta mucho la bici: “Ha tenido problemas con la cadera y le empezó a pegar a la bici y se le da bastante bien”. Fue una etapa realmente “tras moto”, esto es, “tras Induráin”. Al final apretamos por una razón sabrosa: ¡llegábamos tarde a la reserva que teníamos pa- ra comer cochinillo en Cándido! Induráin, que cumpliría con la tradición de cortar el animal con el plato y luego romper este contra el suelo, nos iba animando diciendo que nos esperaba “el gorrino”. h y empezamos a pedalear a las 7. Una subida a Navacerrad­a inolvidabl­e, sobre todo para el compañero Palomar al que Induráin esperó para subir todo el puerto junto a él ayudándole a coronar. Yo bajé el puerto detrás de Miguel y realmente es increíble su habilidad y su tranquilid­ad para trazar las curvas en el descenso. Lamentable­mente, poco después de terminar la bajada tuvimos un accidente. El reventón de la rueda delantera de Ferrán, uno de los guías, provocó su caída y de rebote la de Silvia que se llevó la peor parte. Pese a que luego las radiografí­as dirían que tenía una fisura en la cadera y la rotura de una costilla, con una moral de hierro, se levantó y quería seguir pedaleando. No solo no se quejaba, sino que cuando nos adelantó con el vehículo que la llevaba al hospital para las pruebas bajó la ventanilla para animarnos a voces a los que seguíamos pedaleando. Los últimos kilómetros, ya por el carril bici de la carretera de Colmenar, los hicimos con una sensación agridulce; por un lado la alegría de completar el reto de llegar en bici desde Santander (algo que yo no tenía nada claro junto al Cantábrico); y por otro el “shock” de la caída de Silvia y también la ya próxima separación de los componen-

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