La pequeña Florencia PISTOIA
A los pies de los Apeninos, en la evocadora Toscana, esta villa llena de historia y encanto, es la Capital Italiana de la Cultura.
Asolo 35 kilómetros de la ciudad del Renacimiento, esta villa medieval rodeada de colinas vive tranquila, todavía a salvo de la invasión turística que sufre el resto de la Toscana.
Conocida como ‘la pequeña Florencia’, es este año Capital Italiana de la Cultura, título que celebra con música, exposiciones y espectáculos, que se unen a otras fiestas tradicionales como el Festival de Blues, en julio; la Giostra dell’Orso, un concurso de justas similar al Palio de Siena, en septiembre, y la feria culinaria Arts and Crafts, al final de noviembre.
La piazza del Duomo, una de las más bellas de Italia, es el centro neurál- gico, y su Catedral románica está consagrada a San Zeno. Alberga la capilla de San Jacobo, patrón de la ciudad, con un altar de plata, obra maestra del taller orfebre de Filippo Brunelleschi, y la tumba de Cino da Pistoia, poeta amigo de Dante y maestro de Petrarca.
Completan el conjunto el Campanile, de 67 metros de altura, el Palazzo dei Vescovi, con una pintoresca cúpula de Andrea Pisano y una loggia de arcos góticos, y el Baptisterio di San Giovanni in Cor- te. En la plaza de la Sala, la más antigua, que acoge un mercado desde el siglo XI, se levantan varios monumentos como el Palazzo del Podestà, el del Comune, la iglesia de Santa Maria Cavaliera y la torre de Catilina, un pináculo medieval de 30 metros, consagrado al político romano gran enemigo de Cicerón.
Paseo subterráneo
Una de las mayores curiosidades de Pistoia es el Ospedale del Ceppo, en cuya fachada destaca un friso de terracota decora- do por Benedetto Buglioni y Giovanni della Robbia. El complejo es famoso por tener un circuito en el subsuelo creado en el siglo XIII cuando la peste devastaba la ciudad. El hospital tuvo que expandirse con rapidez y se utilizó el cauce de un río subterráneo, cubierto por un túnel abovedado, para instalar a los enfermos.
Los decimonónicos jardines de la Fattoria di Celle son todo un museo de arte al aire libre poblado de numerosas esculturas de bronce sin cabeza, obra de la artista polaca Magdalena Abakanowicz, y bosques de roble envueltos en acero, de obligada visita, al igual que la mítica chocolatería Corsini de principios del XX.