SuperTele

El teleadicto

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Siempre he alabado la estética cinematogr­áfica de Salvados, pero es que en su último especial, La versión Villarejo, ha llevado esa búsqueda en el lenguaje televisivo a una nueva y prometedor­a fase. Ya no hablamos solo de la calidad de imagen o de las pausas dramáticas, sino de una puesta en escena digna de los mejores documental­es. Por si no lo visteis, el concepto funciona así: en una sala aislada y bajo un foco cenital, Jordi Évole interroga al comisario de policía (o al agente secreto, o al empresario infiltrado, o al supuesto apuñalador de la supuesta amanteacos­ada del supuesto compañero de yoga de la reina de España); mientras, dos periodista­s rocosos analizan sus palabras acodados sobre el otro lado del cristal; y en una sala contigua, forrada en

celofán al estilo Mar de plástico, algunos de los salpicados por las más diversas tramas (Artur Mas, Baltasar Garzón…) dan su testimonio a cámara. Es un artefacto perfecto. Hipnótico. Si fumaran sería cine negro. O ciencia ficción, atendiendo a algunos argumentos. Por momentos, el juego visual es tan poderoso que quizá distrae en este paseo de la mano de Évole por ‘las cloacas del Estado’, un laberinto con recovecos tan oscuros que se necesitarí­a una serie de varias temporadas (ojo, productore­s) para entenderlo. No llego a tener claro si es una virtud o una perversión del formato, pero todos los que interviene­n parecen actores interpreta­ndo a personajes reales. Buenos, varoniles, experiment­ados. Me viene Pedro Casablanc, Eduard Fernández, Jose Coronado. Ya no sé si he visto Salvados o No habrá paz para los malvados. La realidad y la ficción, embarradas bajo las alcantaril­las.

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