El teleadicto
Recuerdo que, cuando estudiaba la carrera, debatimos por qué El País no daba ninguna noticia sobre
boxeo, ya que en su libro de estilo no está considerado como un deporte por su violencia. Es de las (pocas) señas de identidad que mantiene ese periódico… Y a la vista está que se han quedado solos, o casi. El boxeo es olímpico y este fin de semana se ha convertido también en el centro del universo mediático por el combate entre
Mayweather, al que califican como el mejor púgil del siglo, y McGregor, un luchador de otra disciplina aún más agresiva. Sin entrar en la materia, creo que no tanto por motivos éticos como estéticos, la parafernalia que lo rodea me ha parecido una parodia hortera de dimensiones colosales, algo así como la primera gran explosión de fuegos artificiales de la era Trump sin autocensura. Entre el griterío percibo que suben ciertos efluvios de una concepción de la vida que me aterra. Es como si, poco a poco, se estuviera abriendo la veda: permiso para ser cateto, para ser rudo… Ya puestos, permiso ser un poquito machista, añádele su punto homófobo, y ya que parece que no hace falta disimular, vamos a saco con el racismo y la xenofobia también. Y mientras, todos jaleando el Pressing Catch más caro de la historia. Me gustaría ser capaz de ver este show como una extravagancia fruto de una erupción momentánea de testosterona, pero ya digo que en subsuelo de la fascinación por esta pelea entre dos fanfarrones multimillonarios hay un magma muy oscuro. En los medios españoles se ha contenido razonablemente bien con vertidos controlados, pero la marea negra toca ya las dos orillas del Atlántico.