SuperTele

El teleadicto

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Que dejen vivir a Gran Hermano. Y me dirijo a mí mismo el primero. La edición pasada me exprimí la neurona durante tres meses en una agónica búsqueda de la esencia televisiva que el reality había perdido para explicar su bajón: que si Jorge Javier no encarna el espíritu, que si los perfiles aburrían… Esta vez me niego. ¿Que sigue bajando aún más la audiencia? Pues sí, pero sigue por encima de la media de la cadena y supongo que es rentable. ¿Que el arranque fue una castaña? No, se marcaron un espectácul­o visual muy potente con los 100 concursant­es en una especie de limbo de la pseudofama, bajo otros tantos focos cenitales (yo no paraba de pensar en la factura de la luz y de los taxis de vuelta) y un ritmo decente. ¿Que la convivenci­a por sí sola ya no interesa? A mí poco tirando a nada, porque es cierto que la Revolution ha sido solo de envoltorio y no de fondo, pero que cada espectador decida. El arriba firmante decidió ver Tiempos de guerra, de la que también se esperaba más en datos. Antena 3 y Bambú vuelven al territorio Downton

Abbey (la banda sonora roza el plagio) que ya fue eficaz en

Gran Hotel, y aquí se superan en producción y también en calidad actoral gracias sobre todo a dos de mis actrices favoritas, Alicia Borrachero y Verónica Sánchez. Lo imperdonab­le, y esto es aún más reiterativ­o que la crítica a GH, es que no mimen el guión. Como siempre, a cada escena brillante le sigue una conversaci­ón obvia o un quiebro injustific­ado que rompe el encantamie­nto de la buena ficción. Propongo que encierren a cien escritores en una casa y no los nominen hasta que completen una serie que no se caiga. Yo la vería.

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