El teleadicto

Como le ocurrirá a La Catedral del Mar cuando Antena 3 se decida a estrenarla, cualquier serie española de época pasa ahora el test Alatriste, algo así como la prueba del algodón con el cartón-piedra, tanto de forma como de fondo, como elemento reactivo. Estos días se lo he aplicado a los dos primeros capítulos de La peste, y el resultado es curioso. La apuesta más ambiciosa de Movistar da negativo en ‘alatristeza‘ de la cepa de Telecinco, pero es un positivo clarísimo de la cepa de cine. Me explico. El brutal despliegue en ambientación, vestuario, caracterización…, la sitúa a siglos luz de esa ristra de series olvidables que Mediaset y otras cadenas europeas han producido en Budapest, y a la vez la acerca mucho a la película dirigida por Agustín Díaz Yanes sobre el antihéroe creado por Arturo Pérez Reverte. El problema es que, al igual que le ocurrió al Alastriste de pantalla grande, la muy realista recreación de esa España rica y podrida, con el espectador en pleno contacto sensorial con el hedor de la corrupción y la inmundicia del pueblo llano, se lleva más atención e interés que la historia que cuenta, cuyo planteamiento es bastante predecible y un pelín impostado. Le sobra autoimportancia (y guarrería casi gore) y le falta pulso televisivo. En cualquier caso, en la balanza pesa más el talento del equipo encabezado por Alberto Rodríguez. Al director de La isla mínima l o encontré un poco abrumado por la envergadura del proyecto en un encuentro en Sevilla previo a la grabación, y ahora entiendo los motivos. Lo de que la tele es la hermana pequeña del cine sí que es una afirmación de época.