Si te lo perdiste…
Había dos opciones, o decir que la última edición de los Goya era una gala feminista o hacer una gala feminista. Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes tiraron por la vía fácil y se marcaron, creo que estarás de acuerdo si la viste, una de las peores presentaciones que se recuerdan. El fracaso se anunció en el monólogo inicial: los humoristas no hicieron nada por crear una ‘atmósfera chanante’, de manera que sus primeras y flojísimas gracias provocaron un incómodo eco entre los profesionales del cine; después de pasar por una alfombra roja que se había convertido en un examen de compromiso –ay, Arturo Valls, qué oportunidad perdida de pensar antes de infravalorar–, no tenían el cuerpo para esas gaitas, más burdas y escatológicas que dictadas por el surrealismo marca de la casa. La falta de cuerpo en el guión, de ensayos y de pericia técnica derivó en una sensación de bochorno que, como era evidente, se evaporó cuando las mujeres elevaron la voz. Cristina Castaño se encargó del calentamiento y Leticia Dolera, la presentadora moral, dio en la diana con una cita a Lorca y un “las personas nominadas son…”. Ese era el camino que después llenaron de emoción, contenido y reivindicación Isabel Coixet, Nathalie Poza, Pepa Charro, Paquita Salas, Carla Simón, Adelfa Calvo, Nora Navas… ¡Claro! ¿Tan difícil para la Academia es entender que de esto era de lo que iba la noche, no de vómitos, de menciones al físico de Trueba, de silencios incómodos? Faltó concepto, sentido del espectáculo y, sobre todo, filosofía. Pensar antes de actuar. Y de elegir a quién se le da el altavoz en los momentos importantes.