Vida sana. Que no te engañen
Nombres alternativos, adjetivos ‘cosméticos’ y expresiones ambiguas son trucos que emplean algunos fabricantes para ocultar la cara perjudicial de sus productos. ¡Lee bien las etiquetas!
Sabes lo que comes? Es difícil responder a esta pregunta, sobre todo si la etiqueta de un producto es confusa e incluye términos imprecisos como “artesano” o “natural”.
En Europa la normativa sobre el etiquetado fue aprobada en 2011, pero no entró en vigor en España hasta hace dos años. Todos los productores están obligados a indicar claramente la siguiente información: fecha de consumo preferente, es decir, hasta cuándo se garantizan sus propiedades; fecha de caducidad, hasta cuándo se asegura su consumo seguro; los ingredientes; la información sobre alérgenos; el país de origen; la cantidad neta de producto; la denominación legal y la información nutricional. Hay que tener especial cuidado con estos dos últimos.
Qué es y cuánto puedes
En el caso de la denominación, la regulación vigente obliga a escoger una de las categorías jurídicas establecidas. Pero si esta no existe, hay que buscar el nombre habitual con el que los consumidores identifican el producto o uno descriptivo. Debemos ser prudentes, porque, por ejemplo si no leemos las palabras “yogurt”, “jamón” o “queso”, probablemente se trate de un derivado cárnico o lácteo de estos, aunque la imagen del envase nos induzca a identificarlos con ellos.
En el apartado de la información nutricional está la cantidad diaria recomendada, cuya referencia es lo que consumiría una mujer adulta, unas 2.000 calorías al día. Pero esta medida induce a error en el caso de los alimentos infantiles.
En cuanto a la información por porción, también hay que ser cautos para saber si un alimento es saludable: es una cifra que determina el fabricante y hay que verificar primero el tamaño de la porción y la cantidad de calorías y la grasa total que contiene. Saber interpretar estos datos te facilitará la tarea en el supermercado.