El teleadicto
“La espuma de los días, el espíritu del momento”. Así define Boris Izaguirre lo que él mismo era en su época de éxtasis marciano. Normalmente es un incordio ver a personas de promoción durante días y días, pero en el caso de Boris, omnipresente por la publicación de su autobiografía, es una gozada. Muy pocos conjugan como él la esencia del espectáculo, esa espuma con un poso de luminosidad optimista, elegancia decandente e inocencia pícara. Esos elementos, por separado, pueden funcionar pero no calan igual. Por ejemplo, la entrevista a Tamara Falcó en Tu casa es
la mía contaba con ese ADN de glamour naif y con humor, pero ya se vio en el reality de la hija de Isabel Preysler que una personalidad así de llamativa no es suficiente para armar un show en condiciones. En el otro lado de la balanza estaría la última edición de otro reality,
Supervivientes:
no hay programa con mejor armazón y mejor material para hacer televisión, pero en esta edición creo que el casting se ha olvidado del candor o la chispa y ha apostado más fuerte por la agresividad, la turbiedad y los polemistas profesionales. Dice Jorge Javier Vázquez que ya se ha pasado el tiempo de los realities de anónimos...
OT contradice esa idea, y su isla está llena de totales desconocidos, pero intuyo que su argumento tiene que ver con que ahora todo va tan rápido que cuesta convencer al público de que se tome la molestia de conocer a las hordas de nuevas criaturas televisivas. Ahí entra la magia y la irresoluble ecuación del éxito: quien hoy sea espuma, que lo disfrute. Porque puede bajar más rápido que la de una caña mal tirada.