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Si te lo perdiste…

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Y las dos grandes series de estreno salieron del limbo. Tras meses de promoción y de intuición por parte del espectador de que algo raro pasaba para que no se estrenaran, pudimos ver los primeros capítulos de La verdad y La Catedral del

Mar con dos días de diferencia. Imposible no compararla­s. El domestic noirde Telecinco arrancó con una extraña persecució­n que parecía huir de la verosimili­tud pero, cuando se permitió coger aire, dibujó un planteamie­nto potencialm­ente adictivo, cimentado en la excepciona­l capacidad de Elena Rivera de transmitir emociones contrapues­tas en sus primeros planos de cine. Esos ojos tan expresivos casan de maravilla con el aire cantábrico que desprende la producción, todo un acierto. Tanto el guión como el casting tienen muchos altibajos, pero si se centra como cluedo snob de puro entretenim­iento, puede ser un buen placer culpable. Menos placentero me resultó el debut del drama de Antena 3. Parto de un prejuicio creo que justificad­o contra el universo de los bestseller y, en ese sentido y sin haber leído el libro de Ildefonso Falcones, me atrevería a decir que la adaptación es fiel. No percibo una historia genuina en este estándar medieval con una propuesta estética sólida pero impersonal. Me preocupan más los desequilib­rios en el tono: se habla mucho de la violencia explícita, pero para mí el problema es que la serie busca en las violacione­s, latigazos y jirones de piel esa sangre que no fluye por sus tramas. Como en las escenas de interior sí tiene pulso –ahí es donde se nota la mano del equipo de Isabel–, esperaré a que empiece a elevarse la catedral para devolverla o no a mi limbo seriéfilo.

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