El teleadicto

Hay que asumirlo: desde ahora va a ser un auténtico milagro que una serie española nueva triunfe en abierto. La Catedral del Mar y

La verdad están muy lejos de la audiencia y la repercusión que cabría esperar. ¿Deben renunciar Telecinco y Antena 3 a la que ha sido una de sus señas de identidad? No, pero hay que buscar otro modelo, y el cambio quizá esté cerca gracias a la plataforma que están montando con TVE. Porque sería un sacrilegio decir que nuestra ficción está en crisis cuando este fin de semana me he visto del tirón, sin levantarme del sofá, la segunda temporada de Paquita Salas en Netflix… Y me quedo con la sensación de que he devorado algo genuino, cachondo y con alma, tierno y comprometido, y la vez la mejor crítica posible de esta sociedad embobada con el mundo de las redes sociales, de las apariencias, del coaching. La primera temporada me pareció un maravilloso chiste privado con brochazos de talento, pero estos nuevos episodios van muchísimo más allá. Me sigo riendo a carcajadas con ese costumbrismo kitsch, pero la propuesta ha madurado hacia un brillante canto al afecto y a la integridad, a la verdadera red social, a la gente real que es su sustento. Y a los perdedores según esos cánones frívolos. También es una entrega más coral, lo que provoca irregularidad y le quita minutos a Paquita; a cambio, Los Javis y Brays Efe le dan una dimensión más ‘360’ al personaje en humanidad. Me quedo sin espacio para aplaudir el capítulo flashback –¡oro!– con escenas que son cine con mayúsculas. ¡Ese topless en Tarazona con máquina para la apnea! Paquita viene del pasado y es el futuro.