El teleadicto

Ya es oficial: 2018 no tiene canción del verano. Las hay muy exitosas y pegadizas, pero ninguna ha trascendido tanto como para ganar esa categoría, estilo Despacito. Tampoco hay película del verano, ni serie del verano. El año pasado todos hablábamos de la séptima temporada de Juego de tronos; el anterior, apareció por sorpresa

Stranger Things… Y este, por mucho que yo esté enganchado de forma enfermiza a Heridas

abiertas o que Telecinco se haya marcado un inesperado tanto con The Good Doctor, no hay un título de referencia. Intuyo que se debe a que no ha habido ningún temazo o ningún serión que hayan congregado esa atención por méritos propios, pero también, quizá, a que la libertad de consumo que aportan las plataformas de streaming, aceleran y dispersan el gusto del público. En general es estupendo, por la cantidad de oferta y horas de entretenimiento, pero hoy la imagen que me viene es la de un rebaño de ovejas con gafas de realidad virtual dando tumbos por el prado. Ya sé que esta reflexión es muy viejuna, pero de alguna manera echo de menos cuando las ovejas, tan bobas nosotras, mascábamos la hierba moviendo el culete al mismo son. Supongo que tal como está montada ahora la industria, cada vez será más complicado que se marquen hitos intergeneracionales y memorables que duren más de cuatro días. Es como si todo lo viral estuviera haciendo honor a su nombre y, poco a poco, nos fuera dejando sin defensas para discernir entre lo importante y lo meramente trivial. No parece muy inteligente vincular la canción del verano con algo importante, pero… ¿Y si lo fuera?