SuperTele

El teleadicto

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Después de esta semana tengo dos cosas claras: que Malú llamó gorda a Amaia Montero y que GH VIP ha traspasado otro límite del universo reality en connivenci­a con la galaxia Pantoja. De lo primero no puedo hablar porque no es mi tema, pero da para tesis de psicología social. De lo segundo, siento más que nunca esa sospecha nada original de que está todo orquestado -–resumiendo, tú entras con novio, tonteas con el otro, te echamos para que tu madre te reviente a llamadas, entra el cornudo con sed de edredoning vengativo…– pero sinceramen­te no me siento engañado. Es, como diría Paquita Salas, un espectácul­o 360 en el que la realidad se ficciona a golpe de talonario y el público se retuerce de placer culpable. Estos días también he disfrutado (menos) de otro juego entre realidad y locura:

Maniac, la última serie fenómeno de Netflix. Al ser una obra del creador de True Detective,

palabras mayores, y con la encantador­a Emma Stone de protagonis­ta, esperaba una trama compleja en lo emocional, de las que te dejan tocado. Pero la ida de olla va en un sentido más estético y narrativo, no tanto en el fondo. Con el Quijote como referencia explícita, pero sin un Sancho que ponga el pie en la tierra, Maniac funciona casi más como reto mental que como serie de calidad, ya que el interés como espectador radica en ir cazando las pistas que se esconden bajo una trama paranoica y con elementos del surrealism­o clásico, para poco hacerte una idea de lo que de verdad les pasa a los protagonis­tas, que al final no es tan relevante. Como tampoco lo es si Amaia está gorda o no; para llegar al tocino de la historia siempre hay que hurgar un poco más adentro.

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