Otoño extremeño
El parque nacional es el entorno perfecto para disfrutar paseando con los ecos de la berrea que marca el inicio de la estación.
El bramido de los ciervos en celo, amplificado por los farallones que encañonan el Tiétar y sus choques de cornamentas al atardecer para reproducir a las hembras es el gran espectáculo que la naturaleza brinda en Monfragüe con la llegada del otoño y que se prolonga hasta noviembre con la ronca de los gamos.
En el corazón de la provincia de Cáceres, entre el Tajo y el Tiétar, el Parque Nacional de Monfragüe, bautizado por los romanos como Monsfragorum ( bosque denso), es uno de los mejores lugares para contemplarlo.
El centro de visitantes está en la pedanía de Villareal de San Carlos, con reproducciones de chozas de pastores que funcionan como alojamiento, y de ahí parten las rutas para explorar este bosque mediterráneo, uno de los más importantes del mundo, de extraordinaria biodiversidad.
Santuario de aves
Es además un santuario para aves raras como el buitre negro, la estrella del parque y el mayor rapaz de Europa, que mantiene aquí su colonia más numerosa; la cigüeña negra y el águila real, a los que observar desde los miradores de Salto del Gitano y Portilla del Tiétar.
Las 18.000 hectáreas que conforman este paraíso pueden explorarse a pie o en coche. Hay tres rutas de senderismo. La roja, de 16 km, finaliza en el castillo de Monfragüe, donde la princesa árabe Noeima fue condenada a vagar eternamente por enamorarse de un cristiano. Conserva restos de sus murallas y dos torres. Adosada a una de ella destaca una ermita con la Virgen de Monfragüe, una majestuosa talla bizantina traída de Jerusalén por los cruzados.
El sendero amarillo, con el mirador del Serrano, tiene 9 km y llega hasta la localidad de Tajadilla. La ruta verde es la más corta, con solo 7,5 km rodeados de eucaliptos que conduce al Cerro Gimio, tras cruzar el puente del mismo nombre y contemplar las hermosas vistas desde el mirador del Collado.
Además de la fauna y flora, otros tesoros del parque son las pinturas rupestres de la edad del bronce, que decoran las paredes de las cuevas del Peine y la de los Murciélagos, entre otras, además de sepulcros megalíticos y menhires junto al castillo.