El teleadicto
Echo un vistazo a la semana televisiva y veo cómo Salvados baja a las alcantarillas de lo que sucedió hace un año en Cataluña; Pablo Casado se retrata en El objetivo, y Carmen Alborch pasea sonriente por el paseo marítimo de su Valencia. Gracias a los Gigantes de La 2 por homenajear a una mujer única y por recordarnos que la política también puede ser luminosa. El mal rollo, la agresividad y la indecencia son una opción, desgraciadamente mayoritaria y jaleada a nivel mediático, pero hay alternativa. Hay otra mirada. Ojalá nos acordemos al salir del tanatorio. Hablando de personajes queridos, veo con curiosidad la forma en que la audiencia de Cuéntame se implica a nivel personal, diría que familiar, con la despedida capítulo a capítulo, y secuencia a secuencia, de Carlos Alcántara. Percibo temor a que la trama de su caída en las drogas enturbie la trayectoria de alguien al que han visto crecer, pero que nadie se preocupe: estos coletazos psicotrópicos me parecen más bien un regalo interpretativo a Ricardo Gómez, como un bonus track que le está permitiendo madurar y lucir su potencial como actor, para que termine de romper el huevo a lo grande antes de saltar del nido. En realidad ese proceso se está viviendo en estéreo, porque el pollito ya agita su nuevo plumaje en Vivir sin permiso, en Telecinco. Más allá de que sea un papelón o no, lo valioso, casi milagroso, es que desde la primera escena se difuminan las referencias con el protagonista de la serie de La 1. No hay Carlitos por ninguna parte, y eso solo significa una cosa: que lo que hay ahora es un actor de verdad.