SuperTele

El teleadicto

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Leo por todas partes que los medios tienen que reflexiona­r tras la cobertura abrumadora del suceso del niño que cayó a un pozo. Yo creo que nos lo tenemos que mirar todos, porque igual de preocupant­e es que todas las cámaras se giren hacia ese único foco, como que millones de personas demanden con su mando a distancia que es ahí adonde desean mirar. Siempre se compara con un gran reality show, pero en realidad el género de sucesos funciona con resortes más parecidos a los de las series. Y este caso ha sido como ver cinco temporadas seguidas, como uno de esos maratones de madrugada que te deja picor en los ojos y una resaca extraña. Merecida. Porque daba igual que, desde el segundo o el tercer capítulo, la historia no diera más de sí; los directivos de televisión y también tú y yo hemos querido que se alargue aun cuando los giros de guion ya eran del todo inverosími­les. No sé a ti, pero a mí esto me da mucho más miedo y mal rollo que esos realities a los que hacía referencia. En comparació­n, son pura inocencia. Solo hay que ver un rato GH DÚO para entender que lo que hay ahí es un simple teatro de marionetas unas veces más divertido y otras más escandalos­o, pero en los que solo hay que reír y aplaudir o tirar tomates y levantarse. Ponerle peros morales a eso cuando tienes lo otro delante de la cara me parece ridículo. Como mucho, la crítica sí es pertinente cuando el show se repite y aburre, posibilida­d que se dispara cuando ofrecen sesión continua, como ha hecho Telecinco al estirar el éxito del VIP. Da igual. Hoy, con todo el respeto, me gustaría terminar la columna con un minuto de silencio. De silencio mediático.

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