El teleadicto

Televisión blanca, dicen. Hecha para toda la familia. Sin gritos ni descalificaciones. Antena 3 presume desde hace años de fomentar programas que cumplan esos requisitos para desmarcarse de la supuesta telebasura. Y El

hormiguero siempre ha sido el adalid de esa idea, el artefacto perfecto para atraer al niño y a la abuela. Gracias a su líder físico y espiritual, Pablo Motos, todas esas familias bienpensantes han recibido, sin gritos ni descalificaciones, el mensaje suavecito y muy dulcecito de una persona que niega la existencia de una violencia ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo, que niega derechos humanos básicos a personas que no hayan nacido en este país –a menos que militen en su partido, en cuyo caso hasta se pueden construir chalets ilegales–, que niega, entre otras cosas, la diversidad sexual y la igualdad en términos civiles de esos colectivos… Lo he escrito muchas veces en esta columna: la televisión blanca no solo es más aburrida y está más limitada creativamente que la basura, bendita basura, sino que es mucho más peligrosa. Porque en el fondo esconde una visión del mundo reaccionaria y cobarde. Melindrosa. Y ese esquema le va como un guante a ese personaje a quien no me apetece nombrar. Normal que tenga récord de audiencia; de hecho me alegro, porque consagra la retirada total de caretas. ¿Sabéis dónde me gustaría ver a mí a ese político? En GH. Pero creo que nunca se atrevería porque ahí no tendría un compadre como Bertín

Osborne o como Pablo Motos que filtrara sus verdaderos instintos. Ahí se le vería de verdad. En toda su salsa. No blanqueado.