Vida sana.
Su poca grasa, así como sus vitaminas y su alto contenido en fibra, hacen de este alimento uno de los reyes del otoño.
¡Que te den calabazas!
De un atractivo color naranja, la calabaza es el fruto de una planta perteneciente a una familia muy popular: las cucurbitáceas. Los pepinos, los melones, las sandías y los calabacines también vienen de la misma. Pese a que en otoño suelen reinar en las fruterías, lo cierto es que pueden encontrarse durante todo el año. Es más, hay calabazas de invierno y de verano.
Quizás te suenen más las primeras, de piel gruesa y gusto dulce. Se suelen recolectar en este tiempo pues son capaces de aguantar hasta seis meses. Además, con la variedad ficifolia se elaboran los postres de cabello de ángel. Por su parte, las calabazas de verano se caracterizan por su piel más fina y clara, así como por sus semillas tiernas.
Ligera y completa
Esta planta necesitada de calor y mucha agua , fue introducida en Europa en el siglo XV, aunque su cultivo se remonta a los hebreos de la época de Moisés y a la civilización egipcia. Hoy es apreciada por sus propiedades nutricionales. “La calabaza, posee un bajo aporte en calorías [20 kcal por ración de 200 gramos] y grasas”, explica la Fundación Española de Nutrición (FEN). Asimismo, es rica en betacarotenos, antioxidantes y precursores de la vitamina A, que contribuyen a la salud visual. A su vez –como todo los vegetales naranjas–, posee vitamina C, otro enemigo de los radicales libres y una sustancia que interviene en la formación de vasos sanguíneos, huesos y en la reparación de tejidos.
Debido a sus bondades, la Fundación Española del Corazón (FEC) aconseja su consumo a las “personas con sobrepeso y problemas digestivos”. No obstante, para evitar que pierda parte de sus vitaminas y minerales durante la cocción, hace algunas recomendaciones: “cortarla en trozos grandes”, incorporarla cuando el agua esté ya caliente y “aprovechar el líquido de cocción en caldos y sopas”.