El teleadicto
El género de terror, tan acorde a 2020, tiene una cualidad común en todas sus manifestaciones: para sentir miedo de verdad, gozar de esos brotes de angustia, de asco o de risa macabra, es necesario que, como espectador, mantengas el pacto de creerte lo que estás viendo. Porque una vez que se rompe, las sensaciones desaparecen y lo que hasta ese instante te tenía hipnotizado, se vuelve indiferente e incluso ridículo. Por esa razón, porque la burbuja siempre es frágil, la mayoría de las películas de terror son cortas... y la mayoría de series, decepcionantes.
Las únicas que se salvan juegan a combinar géneros, casi siempre el drama familiar. Álex de la Iglesia, como creador genial, es el maestro de coser el susto con humor negro y costumbrismo. En
30 monedas lo hace a lo grande, con un presupuesto que se antoja de récord y un flipante despliegue visual. En el primer capítulo, la acumulación tan bestia de estímulos y ese sello único logran el milagro del que hablaba al principio, como un cruce explosivo entre
La comunidad y Stranger Things. En los siguientes se mantiene el nivelazo, pero el pacto se tambalea por la parte de las emociones: el tono se vuelve titubeante, la historia satánica cojea y, sobre todo, cuesta sentir cerca a los personajes. Qué pena esa falta de mimo en el guion, porque lo que iba para serie de culto se queda en espectáculo digno de ver. Que no es poco.