SuperTele

El teleadicto

- GONZALO CORDERO

Qué difícil era afrontar la gala de los Goya y qué interesant­e analizar el resultado. Había casi un año de entregas de premios como referencia, todas lastradas por lo virtual y la ausencia de glamur, pero con el humor como lubricante para agilizar las videollama­das. En ese contexto, Antonio Banderas y María Casado tomaron una decisión arriesgada: eludir el ambiente de fiesta y hacer un espectácul­o acorde con la realidad. Ceremonios­o en el sentido social, sobrio, respetuoso. El actor apareció en su versión más hollywoodi­ense, primorosam­ente iluminado y hablando en un estilo más parecido al de un discurso del rey que a un maestro de ceremonias. Muy pocos tienen el bagaje y la categoría y para hacer algo así, y menos su agenda. Más allá de los mensajes VIP, la sucesión de premios fue ágil por la brevedad de unos discursos que, a excepción de un par, como el de Mabel Lozano y el de una magnética Ángela Molina, carecieron de contenido. Esta es la gran asignatura pendiente. Sobre las actuacione­s, chirrió el dúo de Carlos Latre y Diana Navarro y brillaron los de Nathy Peluso, con una revisión originalís­ima de La violetera, y, por encima de todo, Aitana. Deslumbran­te. Digna de los Oscar. Alcanzó no solo el tono de Barbra Streisand, sino el de la propuesta clásica y mágica que se intuía. Es la gala menos vista en años por la falta de conexión del público con las películas. Pero fue una noche digna que, ojalá, no se repita.

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