El teleadicto
Como uno ya tiene cierta edad, guardo en la memoria referencias de las diferentes etapas de El precio justo, el concurso que ha resucitado Telecinco con la misión (por ahora imposible) de batir a Pasapalabra. Yo no puedo ayudar en esa batalla porque hay algo en su esencia que me impide verlo con tranquilidad, ya fuera en pesetas o en euros. “¿Cuánto cuesta este kilo de fresas?”, pregunta Carlos Sobera mientras la azafata o azafato ejecuta un ejercicio de expresión corporal entre la mímica y la performance abstracta. “Dos euros”, dice una concursante. “Va, me arriesgo, tres euros”, apunta otro. Y yo en casa, con esta cosa también de la edad de empezar a hablarle a la tele, me cabreo: “¡Pues depende, Carlos, depende de si son de Huelva, de si es temporada, de si están de oferta en Lidl…!”. Esta chorrada me sirve para equilibrar una reflexión más pedante. A este concurso también le tengo manía porque, a diferencia de su rival, no tiene un trasfondo cultural, que para mí es un factor clave en este género televisivo. No solo eso, sino que desprende un tufillo ultracapitalista incompatible con lo que, a mi parecer, debería ser la relación entre los ciudadanos y los productos de mercado. En plena era del consumo con conciencia o de la lucha contra el plástico, esto me retrotrae a los anuncios dirigidos a las amas de casa en los años 20.
Del siglo pasado, se entiende.