El teleadicto
¿Cuándo un thriller pasa de ser un laberinto retador y entretenido a convertirse en una maraña frustrante por imposible de seguir? Me hice esa pregunta mientras veía en Movistar Tenet, la película de Christopher Nolan que requiere de una licenciatura en Física para pillar alguna escena.
Y me la he vuelto a hacer con
El inocente, la serie de Mario Casas. La conclusión es que, si un creador quiere jugar a marearte en plan gatito-ovillo de lana, es obligatorio que se esmere en que a ti te importe lo que le pasa a los personajes. Una conexión humana básica. Nolan no tiene tiempo para esas minucias, que por algo se gastó millones en explotar aviones y coches; Oriol Paulo, el cerebro de este proyecto de Netflix, sí.
Lo hace en el arranque de cada capítulo, con unas biografías comprimidas y precisas de los protagonistas, por lo que empatizas con ellos aun cuando sabes que te están escondiendo información esencial. Ahí se nota que la serie está basada en una novela de un especialista del género, Harlan Coben, y que el director es un maestro en la materia.
Sin entrar en spoilers, monta tres tramas aparentemente paralelas (un ¿buenazo? que acabó en la cárcel por accidente, una policía con traumas y una ¿monja? con demasiado pasado) para coserlas con cuatro puntadas inesperadas. Y explota lo que tiene que explotar: la cabeza del espectador.