Todo Terreno

AL OESTE, EL PACÍFICO TRAE LLUVIAS QUE TAPIZAN DE VERDE CUANTO ABARCA LA VISTA; AL ESTE, SE EXTIENDEN INFINITAS ESTEPAS

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Después de meses de travesía, ahora sé que la Patagonia no es un estado con delimitaci­ones físicas, políticas ni económicas, sino un territorio difuso, existente desde antes de que se dibujaran las fronteras, cuyos límites aún se debaten. Se estima que abarca más de un millón de kilómetros cuadrados, desde los 40° grados de latitud sur hasta los extremos más australes del continente, siendo un área compartida entre Argentina y Chile, dividida por la cordillera de los andes y que incluye islas y fiordos insulares. El nombre viene de los tiempos de Hernando de Magallanes, en cuya expedición de 1520 se apodó patagones a los habitantes originario­s: los indios Tehuelches. Poco se conoce de la historia anterior a la llegada de los conquistad­ores, pero hay evidencia de vida humana que se remonta a miles de años y se han descubiert­o en la región numerosos fósiles de dinosaurio­s.

La extensión de la Patagonia comprende increíbles contrastes. Al oeste, el Océano Pacífico trae lluvias a la costa chilena, donde las selvas valdiviana­s y bosques nativos tapizan de verde todo lo que abarca la vista. Al toparse con la impenetrab­le cordillera de los Andes, que impide el paso de la humedad, la diferencia en vegetación produce un dramático contraste. Al este de la cordillera se extienden infinitas estepas desoladas por vientos implacable­s, donde de vez en cuando un armadillo cruza corriendo la carretera o un par de ñandúes intentan disimular su plumaje entre los pastizales. Los guanacos se amontonan en los lugares más inespe- rados y, a pesar del sigilo de los pumas, los cadáveres que dejan a su paso son evidencias de su presencia como temido depredador. No son poco comunes los avistamien­tos de zorros y los cóndores revolotean­do los cielos.

En tiempos pasados, la romántica idea de esta región austral atrajo na-

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