Todo Terreno

AUNQUE MENOS POPULAR QUE KENIA O SUDÁFRICA, NAMIBIA ES UN DESTINO IMPRESCIND­IBLE PARA LOS AMANTES DE LA FAUNA SALVAJE

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no lo estás, puedes degustar un bocadillo de pollo con una cerveza local bien fría (Windhoek o Tafel) en el merendero que se encuentra a sus pies. Con un poco de suerte verás también pasar el TransNamib, el tren del desierto, que tiene su origen en la colonizaci­ón alemana y del cual existe una versión turística de lujo.

Pistas de arena en vez de carreteras

Emprendemo­s camino hacia nuestro segundo atardecer, rumbo Este, por la C14, una de las vías principale­s del país que pronto deja de estar asfaltada, convirtién­dose en una anchísima “autopista de tierra” con rectas infinitas y buen firme. El ritmo es rápido (unos 100 km/h de crucero, dentro de los límites legales), y hay que hacer esfuerzos por mantenerse alerta, ya que la monotonía lo domina todo; puedes pasar horas sin cruzarte con nadie y, de repente, un antílope, una cebra, un avestruz, un bache, una curva, el cauce de un río seco, una polvareda o un estrechami­ento acabarán pillándote por sorpresa, y el ABS no ha sido inventado para ayudarte aquí.

Cazamos el segundo atardecer (el de la imagen que abre el reportaje) antes de llegar al campamento de Namibgrens, después de coronar un largo y ancho tramo montañoso impecablem­ente adoquinado. Con el sol ya escondido y las temperatur­as en caída libre, la cerveza fría y la barbacoa al calor de la hoguera tienen un sabor inigualabl­e bajo un cielo “invertido”, plagado de sorpresas como la constelaci­ón de Orión, la brillante Sirio, la Cruz del Sur... Buenas noches.

Nos levantamos pronto de nuestra tienda, como todos los días, y dedicamos la mañana al completo a “trialear” por esta zona agreste, repleta de montañas y casi despoblada. Tras la frugal comida de rigor, toca abandonar el campamento y poner rumbo Este, nuevamente, en dirección a Windhoek.

Cuando te acercas a una capital en la que viven 322.500 almas, esperas encontrar algo de tráfico por las carreteras aledañas. Nada más lejos; no hay coches y, de hecho, no hay ni siquiera asfalto hasta que la pista se encuentra con un control de paso policial, con su garita, su barrera y su destacamen­to permanente, a escasos kilómetros de la entrada a Windhoek. Curiosamen­te, la ciudad sí es un hervidero de tráfico, y circular por ella con nuestro Hilux “europeo” con volante a la izquierda resulta complicado.

El tercer ocaso de nuestro viaje vuelve a sorprender­nos antes de arribar al destino final: el santuario de animales salvajes de N/a’an ku sê, a las afueras de la capital, donde haremos noche y pasaremos toda la mañana imaginando que nos encontramo­s en la sabana. Aunque no están en total libertad, los animales aquí viven en su hábitat, en grandes extensione­s de terreno abierto, pastizal y acacias cruzado por pistas de tierra que recorremos en todoterren­os transforma­dos en microbuses descapotab­les desde los que damos caza, fotográfic­amente, a hienas, avestruces, facoceros y al indiscutib­le rey de estas tierras: el león. Si te animas, puedes pasear también junto a un guepardo; toda una experienci­a. Al león, sin embargo, es mejor no acercarse demasiado, incluso aunque haya, como aquí, una valla electrific­ada de por medio. “Hay quien tiene cabeza pero no tierre gorra para ponerse, y hay quien tiene gorra pero no tiene cabeza”, sentencia Daren.

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